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LOS PROBLEMAS DE LA INERRANCIA BÍBLICA

El siguiente texto es un extracto del libro "La Biblia sin mitos, una introducción hermenéutica", del biblista peruano Eduardo Arens. Mi intención al publicar este extracto es la de difundir los cuestionamientos a un paradigma que, pese a gozar de amplia popularidad en el mundo evangélico, resulta, a mi juicio, bastante limitado a la hora de interpretar la Biblia. Me refiero al fundamentalismo teológico. La idea, por tanto, es la de hacer cada vez más conscientes a los creyentes evangélicos las limitaciones de este paradigma (pues todo paradigma tiene sus limitaciones) con el fin de evaluar con responsabilidad la condición del cristianismo en el contexto actual.

Alejandro Rivas Alva

Publicado: 2018-10-04

Inerrancia, la ausencia de error, es una calidad predicada de la Biblia, y está estrechamente relacionada con su autoridad, especialmente la inspiración divina. En círculos fundamentalistas, la inerrancia de la Biblia es entendida en el sentido estricto y absoluto del término, vale decir, como la ausencia de cualquier tipo de error, y constituye una premisa fundamental que no admite cuestionamiento alguno. Su razonamiento es sencillo: Dios es el autor de la Biblia, y Dios no puede errar ni conducir al error, en consecuencia, la Biblia no puede contener ningún error. Como veremos, esta concepción monolítica de la inerrancia de la Biblia no está libre de errores ella misma, pues (1) revela una concepción miope de la inspiración, Como inspiración verbal, (2) demuestra un desconocimiento de la naturaleza y de la formación de los escritos bíblicos, (3) proyecta sobre la Biblia nuestro concepto filosófico de verdad, que no corresponde a aquél con el que se compuso la Biblia, y (4) rechaza cualquier diálogo con los estudios críticos de la Biblia. El fundamentalista rehusa admitir que la Biblia pueda tener errores, argumentando que, si se admite que los hay, entonces no merece nuestra plena confianza y dejaría de ser la Palabra de Dios.

Empecemos por algunas observaciones. Primero, cuando hablamos de la verdad o del error en la Biblia, lo hacemos desde nuestro punto de vista y según nuestro concepto de verdad, que es de origen filosófico griego (aletheia). Para nosotros, verdad es la conformidad entre la realidad objetiva y verificable y lo que afirmamos sobre esa realidad. Cuando digo "silla" me refiero a un mueble utilizado para sentarse, y eso es verdad; pero si digo ―silla‖ para referirme a un animal, será un error o una mentira dependiendo si es intencional o no. Pero en el mundo donde nació la Biblia el concepto de verdad era diferente: verdad es todo lo que es fiel, estable, merecedor de confianza; Dios es verdad, y Jesús podía decir ―soy la verdad‖. No se trata de que alguien diga la verdad, sino de que él sea verdadero, es decir, digno de confianza, su opuesto es la mentira que viene a ser hipocresía y no el error. Nuestro concepto de verdad es intelectual; el bíblico es existencial. En el mundo bíblico se pensaba en términos de confiabilidad (=fe), no de veracidad; se refiere a la relación entre personas, no a datos u objetos. Y es con ese concepto de verdad que se compusieron los escritos bíblicos. La verdad de la que se trata en los escritos de la Biblia se sitúa en el nivel del mensaje (qué significa o quiere decir para el lector), no de los datos en sí mismo (qué pasó) —por eso pueden tranquilamente exagerar o cambiar los datos, ¡y eso nosotros lo llamaríamos mentira! Proyectar nuestro concepto de verdad a los escritos bíblicos es situarlos en un mundo conceptual que no era el suyo, y es esperar de ellos lo que no pretendieron ofrecer.

Segundo, la Biblia nos ha llegado mediante copias de originales que se han perdido, como ya mencionamos. Ahora bien, además de haber cometido algunos errores involuntarios, los copistas ocasionalmente introdujeron cambios intencionalmente. Y no sólo los copistas, sino incluso los escritores bíblicos que utilizaron otros escritos como base para sus propias obras, cambiaron (¿corrigieron?) ocasionalmente los datos. Basta comparar los pasajes que en los libros de Crónicas son paralelos a aquellos que se encuentran en Samuel— Reyes (que les sirvieron de base), o entre Mateo y Marcos (que fue una de sus fuentes), y se observará una serie de discrepancias que desde nuestro punto de vista calificaríamos como errores: ¿a quién se deben?, ¿a Dios o a los escritores?

Tercero, ningún texto de la Biblia afirma que ésta no contiene errores. La afirmación de que la Biblia no tiene errores no está dada por la Biblia misma. Cuando algún texto bíblico se refiere a la verdad, no es a los detalles históricos o científicos que se refiere, sino al mensaje global. Lo que ocasionó la transmisión de las tradiciones no era la información a secas, sino su significación (mensaje) con miras a la salvación. La idea de una inerrancia absoluta de la Biblia le es impuesta, proyectada desde fuera —no viene de la Biblia misma—, a partir de la tesis de que Dios es responsable de la Biblia, es su autor absoluto (el hombre es sólo su instrumento).

Finalmente, cuando se afirma que la Biblia está libre de toda clase de errores, implícitamente se afirma que esa inerrancia es válida para todos los tiempos. Pero esa afirmación cae por su propio peso. La concepción del mundo que se encuentra en los escritos bíblicos, según la cual, por ejemplo, la tierra es plana y no esférica, los astros están siempre arriba, suspendidos del firmamento, y el sol gira en torno a la tierra firme, sería en tal caso verdadera, y debería sostenerse hoy como lo fue en esos tiempos —y nuestras concepciones, basadas en la astronomía y otras ciencias afines, serían erróneas, y tendríamos que condenar a muchos Galileos. Igualmente, no deberíamos oponernos a la esclavitud (vea Ex 2 1,2 — II; Jer 34, 14ss; 1 Cor 7,21ss; Filemón); etc. (…)

Los ejemplos se podrían fácilmente multiplicar, y nos obligan a admitir la existencia de errores de tipo informativo en la Biblia. Por cierto, algunos de esos errores se deben a la comprensión incorrecta o defectuosa de algo que posteriormente ha sido aclarado, como es el caso de la cosmología, ¡pero no deja de ser un error! Lo que para nosotros, a la luz de nuestros conocimientos actuales, es erróneo en la Biblia, no lo fue así para sus autores HUMANOS, pues representaba, sea la información que ELLOS poseían, o el nivel de SUS conocimientos, ¡No de Dios! Todo esto, evidentemente, es muy humano —no divino. (…)

Estas y otras discrepancias en materia de revelación divina, se comprenden cuando no se parte de la tesis de que ha sido Dios mismo quien las pronunció literalmente, sino que se deben a la manera de entender las cosas por parte de los autores humanos, y que se trata de interpretaciones por parte de los autores, que surgieron de situaciones concretas, a las cuales se adaptaron. Como si todo esto fuera poco, y en honor a la verdad, hay que reconocer que existe una serie de textos y de conceptos teológicos divergentes en la Biblia que son bastante más serios y que nos obligan a reconocer seriamente la intervención humana en la formación de ella, con lo que eso implica en términos de la comprensión limitada por los condicionamientos culturales (y religiosos) y por el horizonte conceptual de un determinado momento, que paulatinamente se fue aclarando.

Veamos algunos ejemplos.

— Mientras que Dios categóricamente ordenó ―No matarás‖, el mismo Dios ordenó a Josué pasar a cuchillo a todos los habitantes de Mequedá y de Jasor (Jos 10, 28ss; 11 , 10ss). ¿Y qué decir de la pena de muerte decretada por Dios para ―el que pegue a su padre o a su madre o que los maldiga (Ex 21,l5ss)?

— Es conocido que, mientras que en Lev 24,20 Dios decreta que se pague ―fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente‖, Jesús más tarde declara esa ley divina inaceptable (Mt 5,38ss). La actitud de Jesús, en cuanto a la Ley de Dios, en muchos aspectos fue liberal. ¡Al menos él no consideró al AT infalible e inmutable!

— En Gén 18,21 Dios se muestra ignorante de lo que sucede en Sodoma y Gomorra

— Mientras que en Núm 23,19 y 1 Sam 15,29 claramente se afirma que Dios no miente ni se arrepiente, abundan los ejemplos de su cambio de opinión vea Gén 6,6; Ex 32,1 1ss; Joel 2,13s; Ezeq 20;13s; etc.

— Resulta chocante leer en Ezeq 20,25 que Dios mismo admita que, durante el período del éxodo, llegue a darles preceptos que no eran buenos y normas con las que no podrían vivir‖. Incluso se admite que ―Dios ha puesto espíritu de mentira enla boca de todos estos profetas tuyos: vea 1 Re 22, 18—23. Es conocido que no todas las profecías se cumplieron, como se queja Jeremías (cf. 20,8s), y se advertía ya en Deut 13,2ss.

— Ya hemos mencionado que, en algunos escritos del AT, se negaba la existencia de una vida más allá de la muerte (vea Sal 88,4—13; Job 7,8—21; 14,13—22; Sir 14,16s; 22s), en otros, los más antiguos, se admitía la existencia de otros dioses (vea Gén 31,53; 1 Sam 26,15ss; 1 Re 18).

— La ley de Dios permitía el divorcio si ―la mujer no halla gracia a los ojos‖ de su marido (Deut 24, 1ss). Pero Jesús, más tarde, declaró inválida esa ley, y para ello remitió a Gén 1,27 y 2,24, porque al principio no era así... (Mt 19,3—9).

— ¿Qué es necesario para salvarse? Si nos atenemos a la respuesta dada por Jesús en Mc 10,17ss, basta guardar ―los mandamientos‖. Pero, según 1 Hechos 1 6,30s, que responde a la misma pregunta, se 178 necesita ―fe en el Señor Jesús‖. Más claramente, en Gál 3,1—14, Pablo contrapone las palabras de hab 2,4 a las de Lev 18,5 para argumentar que no es por la Ley, sino por la fe, que se obtiene la justificación salvadora ante Dios.

(…)

El lector, quizás sorprendido y algo perturbado, se preguntará qué pretendemos demostrar con esos ejemplos. Por lo pronto, es evidente que nos obligan a admitir que la Biblia no es infalible en todo, ni absolutamente inmutable. Quizás uno que otro ejemplo o texto de los mencionados sea discutible, incluso rebatible, pero no todos. Por lo tanto, la tesis fundamentalista de que la Biblia es absolutamente infalible y todo ha sido inspirado (entiéndase ―dictado‖) por Dios, simplemente no es defendible, es contraria a los datos de la Biblia misma. En segundo lugar, muchos errores, -mayormente errores desde nuestro punto de vista, iluminado por un mejor conocimiento— y discrepancias entre textos de la Biblia, se comprenderán a partir del momento en que se reconozca seriamente la participación humana en la formación de los escritos bíblicos. El error se comprenderá si el texto es considerado dentro de sus contextos (histórico, cultural, social, etc.) y si se toma en cuenta su origen y formación histórica, así como la evolución en la comprensión de la naturaleza del mundo, de Dios y de su voluntad para el hombre. Mientras no se reconozcan esos factores, la cuestión de la inerrancia será un problema que cale hasta la fe misma, como sucede entre los fundamentalistas. La fe ha de ser ilustrada e informada. (…)

Las inconsistencias de orden teológico y moral, que son las más serias y de las que nos hemos atrevido a dar algunos ejemplos, son comprensibles cuando se tiene presente la evolución en la comprensión de la revelación por parte del hombre, y cuando se admite que la tradición, en la que se apoyan los escritos bíblicos, es dinámica e histórica, no estática y monolítica. Es sólo así que se podrán comprender sin escándalo las inconsistencias y discrepancias entre el Dios vengativo y el misericordioso, entre el Dios que cambia de opinión y el Dios inmutable. Como hemos afirmado repetidas veces, la Biblia es un conjunto de testimonios de la fe vivida por personas en diferentes tiempos y circunstancias, personas con conceptos limitados e imperfectos, y por lo tanto, la Biblia preserva los rastros del desarrollo en la búsqueda y el descubrimiento de la naturaleza de Dios y de Cristo, y de su voluntad. Esto nos advierte acerca del error que cometen aquellos que no toman en serio los condicionamientos histórico—culturales de los autores y las limitaciones de los textos bíblicos; que centran toda su atención en los textos mismos sin tomar en cuenta que tienen un pre—texto (el de la vida que precede a la escritura del texto), como si éstos hubiesen sido escritos por dictado divino y al margen del hombre; y que absolutizan ciertos textos (según sus prejuicios dogmáticos) que son contradichos por otros. Así, por ejemplo, las mencionadas afirmaciones acerca de la divinidad de Jesús en Juan 1 , 1 y 20,28, son posteriores y más 180 sopesadas que aquellas que hallamos en Juan 14,28  en 1 Cor 15,25ss —y por eso no deben absolutizarse como definitivas aquellas que son más rudimentarias, influenciadas por la teología del AT. El error teológico de Jn 14,28 y 1 Cor 15,25ss no vino de Dios, sino del nivel de comprensión que los autores tenían en ese momento. Es sabido que si se absolutizan ciertos textos de la Biblia se puede justificar la esclavitud, la poligamia, la venganza, el genocidio, el racismo, etc., etc. En sus frecuentes conflictos y discusiones con autoridades religiosas de su tiempo, Jesús repetidas veces relativizó ciertos aspectos de la Ley, declaró nulos otros, y puso de relieve la manera de entender la voluntad de Dios, tomando como principio fundamental la ley del amor. Jesús no era fundamentalista en su manera de interpretar la Palabra de Dios, ni se limitaba a lo que estaba escrito en la Biblia. Tampoco lo eran los autores del NT, como hemos visto.

El fundamentalismo dedica mucho tiempo y energías para demostrar a todo precio que la Biblia merece plena confianza y debe ser tomada literalmente como Palabra de Dios, invariable e infaliblemente. Y lo hace destacando que la Biblia no contiene error alguno. Obras como la de W. Keller, Y la Biblia tenía razón (Ed. Qmega 1956; pero vea la juiciosa réplica de W. Hinker y K. Speidel, Si la Biblia tuviera razón, Ed. Studium, 1972), ponen de manifiesto esa preocupación, pero no salen de un círculo vicioso, sin enfrentar el problema de la dimensión humana de la Biblia y sin salir del texto bíblico.

Según el tipo de inconsistencia o de error que se destaque en la Biblia, como lo hemos hecho con los ejemplos mencionados, el fundamentalista recurrirá a una u otra explicación que. según él, demuestra que no es la Biblia, sino el lector, que está equivocado. Por eso una de las explicaciones que más frecuentemente se da es que el lector no ha comprendido el pasaje en cuestión. Para demostrarlo ponen en juego una serie de otros textos bíblicos, todos ellos desencarnados de sus contextos. Otra de las explicaciones ofrecidas es que el redactor no quiso decir lo que creemos entender. El error sería aparente y se debería sólo a la mala interpretación del texto, pues habría que entender el texto figurada, y no literalmente, o a la inversa. Así, por ejemplo, la afirmación de Dios que la esclavitud en Egipto duraría 400 años, habría que entenderla simbólicamente, mientras que la otra, que afirma que duró 430 años, habría que entenderla literalmente. La arbitrariedad con la que se decide qué debe interpretarse figuradamente y qué literalmente, y la falta de criterios objetivos, 181 contribuyen a la interpretación caprichosa y acomodaticia de la Biblia, acomodada a los dogmas que se han preestablecido.

Las contradicciones y discrepancias entre textos suelen ser explicadas por los fundamentalistas por medio de un elaborado proceso de armonización entre textos, frecuentemente introduciendo datos no mencionados en la Biblia (es decir, ¡suposiciones!) y haciendo una reconstrucción que no deja de ser hipotética. Así, por ejemplo, lo que las mujeres vieron en la tumba de Jesús (Mt: un ángel; Mc.: un joven; Le.: dos hombres; Jn: dos ángeles) correspondería a diferentes momentos o, aturdidas (o somnolientas), las mujeres no habrían estado seguras de lo que vieron. En tal caso, ninguno de los evangelios (¡no Dios!) sabría qué es lo que las mujeres en realidad vieron, o, a lo sumo, uno de ellos lo supo —con lo que más bien se habría demostrado que sí hay error, pues en los cuatro evangelios se trata de la primera visita a la tumba de Jesús. La tendencia a la armonización de textos se manifiesta incluso en ciertas traducciones. Así, por ejemplo, en la versión ―Dios llega al hombre‖, el texto del Padre Nuestro aparece en Lucas idéntico al de Mateo 6, no obstante que los manuscritos griegos tienen una versión diferente en el texto de Lucas (más breve) esto ha sido corregido en las últimas ediciones de esa traducción. Finalmente no falta quienes explican la presencia de errores como productos de los copistas, afirmando que el texto original no tenía errores. El único problema de esta ingenua explicación es que no poseemos ninguno de los textos originales de los escritos de la Biblia, de modo que es una explicación sin fundamento

Los conservadores, especialmente los de tendencia fundamentalista, se oponen vigorosamente al estudio crítico y racional de la Biblia, argumentando que la Palabra de Dios no puede ser sometida a un estudio crítico como si fuera una obra literaria humana, además de no ser cuestionable la veracidad absoluta de sus afirmaciones. Entre católicos de tendencia ―tradicionalista‖ (o integrista) se apela a escritos y declaraciones oficiales de la Iglesia, casi siempre anteriores al Concilio Vaticano II, para fundamentar su oposición al estudio crítico de la Biblia, que consideran como una traición a la Palabra de Dios y un inaceptable peligro para la fe. Para esas corrientes religiosas el estudio crítico de la Biblia equivale a cuestionar la autoridad y la veracidad de Dios mismo, el ―autor de la Biblia‖, o, aún más radicalmente, equivale a negar su carácter de Palabra de Dios — sobre lo cual nos detendremos luego. El miedo a los resultados del estudio crítico de la Biblia en el fondo obedece al hecho de que éste pone de manifiesto la humanidad de los textos bíblicos, sus limitaciones y condicionamientos histórico—culturales, y con ello la imposibilidad de sostener la inerrancia absoluta de la Biblia. Sin embargo, en su intento de mostrar la inerrancia de la Biblia, el fundamentalista recurre a la razón (y no a la fe) como autoridad determinante: las explicaciones antes mencionadas, el recurso a la armonización y a la acomodación de textos, la hipotética reconstrucción de situaciones, a los que recurren según lo dicten la conveniencia o las tesis dogmáticas, son demostraciones racionales. La diferencia entre la interpretación fundamentalista y la de la crítica bíblica, es que la una parte de la tesis de que la Biblia no contiene error alguno y se concentra en demostrarlo, mientras que la otra deja que los datos que el texto bíblico ofrece sean respetados y toma en cuenta los aportes de la historia y de las ciencias. La una considera los textos aislados de todo contexto, mientras que la crítica bíblica los toma seriamente en cuenta, es decir, la una no toma en serio la dimensión humana y la otra sí. (…)

Para el fundamentalista lo importante es la verdad histórica de lo relatado en la Biblia, y tal como se relata. Para el estudioso crítico lo importante es el mensaje que lo relatado es capaz de comunicar, es decir, la verdad religiosa, independientemente de que hayan o no ocurrido los hechos relatados. En pocas palabras, el error del fundamentalista es leer literalmente y con los ojos y conceptos del siglo XX, escritos que fueron compuestos en diversos géneros literarios y con los ojos y conceptos de los tiempos bíblicos. El fundamentalista no está consciente de que nuestro concepto de verdad no es idéntico al de los tiempos bíblicos, y que los conocimientos históricos y de la naturaleza en esos tiempos eran limitados, primitivos, pre—científicos y en consecuencia estaban sujetos a la ignorancia y al error. Si bien es divino no errar, es humano errar. (…)

Cuando se desconoce o ignora la naturaleza y el propósito de los escritos bíblicos es que los errores, las inexactitudes y las discrepancias entre textos, se convierten, en un serio problema. Ahora bien, el propósito de los escritos de la Biblia se sitúa en el campo religioso, y no en el histórico o el científico. Esos escritos fueron reconocidos como inspirados y normativos —y se constituyeron luego el Canon— por la verdad que en materia de fe encierra, por ser punto de partida y orientación para la fe. Su finalidad ha sido la de conducir por el camino de la fe en el Señor, y no la de instruir sobre historia o ciencia. ¡Incluso los libros históricos (Samuel, Reyes, Crónicas, etc) fueron compuestos desde una perspectiva religiosa! Lo que en ellos predomina es la interpretación de los acontecimientos juzgados a la luz de la fe en Dios, y es esa la razón fundamental por la que forman parte de la Biblia. Ciertamente, los compositores de los libros históricos querían escribir la historia de Israel, pero para ellos, como para la tradición que les precedió, no eran los datos históricos en sí mismos que eran importantes, sino su significación religiosa— por eso interviene Dios, quien aparece como Señor de la historia, y los diferentes personajes y acontecimientos son juzgados desde la perspectiva de su relación con la voluntad salvífica de Dios. Retornaremos sobre todo esto al hablar de la historia.

A la luz de lo expuesto hay que distinguir no sólo entre ignorancia y error, sino también entre la verdad histórica y científica y la verdad salvífica en la Biblia. La primera no constituye el propósito primordial de los escritos bíblicos. La información histórica que estaba a su alcance y los conceptos científicos propios de su tiempo, no eran siempre exactos, y en consecuencia hay ignorancia y los escritores cometieron errores. Esto hay que admitirlo a la luz de la evidencia que nos proporciona la Biblia misma. Es más bien la segunda, la verdad salvífica, lo que constituía el propósito inmediato de los escritores bíblicos. En consecuencia, la verdad de la Biblia se sitúa en el ámbito religioso, concretamente el salvífico, y ¡los datos históricos y científicos no caen bajo la inerrancia bíblica!

Ni la fe ni la salvación pueden depender de la inerrancia o infalibilidad de datos históricos o científicos secundarios, o de las comprensiones limitadas e imperfectas de la Revelación que se manifiestan en la Biblia. Sin embargo, es necesario aclarar que los testimonios de la fe plasmados en la Biblia, tienen como punto de partida acontecimientos históricos, a través de los cuales Dios se fue manifestando. Pero no todo lo que parece ser historia necesariamente 186 ha sido histórico. Hay datos históricos que son fundamentales acerca de los cuales la inerrancia es de capital importancia. Sobre esto volveremos más adelante. El Concilio Vaticano II, en contraste con una larga tradición magisterial que afirmaba la inerrancia en sentido global y estricto, declaró, en su Constitución sobre la Divina Revelación, que ―los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para (=en vista a) nuestra salvación (n. 11), es decir, se afirmaba como libre de error solamente aquello que concierne a la salvación, la dimensión religiosa, y no lo tocante a la historia o la ciencia

Son necesarias dos aclaraciones suplementarias antes de concluir este extenso capítulo sobre la inerrancia.

Primero, la Biblia no es un libro que contiene y expresa todo lo concerniente a la salvación, sino lo indispensable. Ofrece suficientes orientaciones para seguir el camino de diálogo con el Señor que conduce a la salvación. La Biblia no es, ni pretendió ser, un manual definitivo, perfecto e insuperable de teología, ni menos aún un libro de recetas donde se encuentran las respuestas a todos los problemas —p. ej. nada se dice sobre problemas actuales tales como el control de la natalidad, el aborto, la carrera armamentista o la contaminación ambiental—. Los problemas y las inquietudes de los tiempos bíblicos no son idénticos a los nuestros, y los nuestros exigen orientación concreta. No sólo eso, sino que las respuestas a problemas semejantes a los nuestros corresponden al grado de comprensión de la Revelación que tenía el autor que la da. Es así como, por ejemplo, el problema del divorcio recibió diferentes respuestas en diferentes escritos de la Biblia (vea Deut 22,13—29;24,1—4; Mc 10,1—12; Mt 5,31s; 19,3— 9; 1 Cor 7,12—¡5). Las respuestas estaban condicionadas por la teología del momento y se dirigían a auditorios concretos de esos tiempos. La voluntad de Dios para nuestro momento histórico actual debe ser buscada tal como la hicieron en los tiempos bíblicos. Con sus testimonios de fe, con sus respuestas a situaciones concretas, los escritores bíblicos nos ofrecen referencias y orientaciones críticas indispensables (pero no siempre respuestas inalterables) —por eso fueron reconocidos como canónicos sus escritos—. Los compositores de los escritos de la Biblia fueron inspirados, al igual que los que transmitieron las tradiciones oralmente, por el Espíritu de Dios que sigue presente en nuestro mundo: es el mismo Espíritu que guió al pueblo de Israel, a los profetas, a Jesús, y a las primeras comunidades cristianas, cuyos testimonios hallamos en la Biblia, el que sigue guiando al pueblo de Dios hoy.

Segundo, la oposición que algunos ven entre la Biblia y la ciencia, por ejemplo con respecto a la creación, se debe simplemente a la incomprensión de la naturaleza, el propósito y el tipo de verdad de la Biblia. Esta oposición es en realidad un rechazo de una Biblia entendida de una manera estrictamente literal y fundamentalista por parte de quienes no dudan de las verdades que las diversas ciencias (arqueología, astronomía, física, etc.) demuestran objetivamente —es un rechazo del fundamentalismo. Puesto que, confrontado con las evidencias que presentan los estudios científicos acerca del universo y la naturaleza, el hombre informado comprende que en esos aspectos las ciencias y la Biblia no siempre coinciden, y que no se puede dudar de los datos científicos, de modo que queda evidente que en un número de aspectos la Biblia está errada, terminará considerándola (total o parcialmente) como un conjunto de ―mitos‖ y le dará ninguna (o poca) credibilidad. Pero si se toma en cuenta que los escritores de la Biblia no tenían por finalidad enseñar sobre cuestiones de biología, antropología, astronomía, etc., sino que para comunicar su fe emplearon los conceptos y conocimientos que ellos tenían, que corresponden a los de sus tiempos, entonces toda supuesta confrontación u oposición entre Biblia y ciencia es simplemente absurda. El problema no se sitúa del lado de las ciencias, sino del lado de aquel que tiene una incorrecta comprensión de la Biblia —que produce rechazo. (…)

(Arens, Eduardo. La Biblia sin mitos, una introducción hermenéutica. Lima: Centro de proyección cristiana, 1983. Capítulo 12. La verdad de la Biblia: la inerrancia. pp. 121-130)


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El Eremita

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