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¿IGLESIA O GRUPO COERCITIVO?

Publicado: 2019-09-12

El caso de Pilar 

Pilar tiene 22 años y asiste a la iglesia desde hace cuatro. Llegó a la comunidad por invitación de una amiga. En ese entonces, Pilar estaba muy desanimada porque acababa de terminar la relación con su enamorado, por lo que aceptó la invitación. Una de las cosas que más le gustó de la iglesia fue que, desde el primer momento, la gente era muy cariñosa con ella: siempre la invitaban a las reuniones y la llamaban para saber cómo estaba. Además, en la iglesia conoció a sus mejores amigos y amigas. La iglesia siempre ha sido para ella un lugar muy bonito y seguro.

Sin embargo, desde hace un tiempo Pilar siente que las cosas empezaron a cambiar. Desde su bautizo, que fue hace un año, Pilar ha ido involucrándose más y más en la iglesia: asumió el liderazgo de un grupo de adolescentes con quienes estudia la Biblia cada sábado y, los domingos por la mañana, dicta un curso de “introducción a la Biblia” para las personas que recién asisten a la congregación. También, como líder juvenil, debe participar de las reuniones de coordinación que dirige el pastor de jóvenes de la iglesia, en las que con otros líderes oran, comparten y establecen la programación de las actividades. Igualmente, Pilar sirve en la cafetería de la iglesia, atendiendo o limpiando. Todo esto siempre lo ha hecho con mucha pasión y con la convicción de que de esa manera está sirviendo al Señor. No obstante, sus padres, que no van a la iglesia, están algo preocupados porque sus notas en la universidad han empezado a bajar. Además, están algo disgustados porque pasan poco tiempo con ella y les incomoda mucho cuando ella está ausente en las reuniones familiares.

Frente a ello, Pilar le dijo a su pastor que preferiría dejar de acudir un tiempo a las reuniones de coordinación para poder estudiar. Al pastor sin embargo no le gusta la idea. Le dice a Pilar que el servicio es lo primero, que antes está Dios, después la familia y luego los estudios, y que debería encontrar la manera de subir sus notas sin dejar de servir al Señor.

Como líder, Pilar sabe que tiene que cumplir ciertas responsabilidades. Una de las cosas que más le ha costado fue modificar su forma de vestir. Y es que, según le han dicho sus líderes, como mujer no podía ser causa de pecado para sus hermanos, por lo que no podía vestir short ni falda corta ni jeans pegados al cuerpo para no ser de provocación. También Pilar cambió el color y el corte de su cabello para parecerse cada vez más a una discípula de Jesús. Esto empezó a llamar la atención de sus amigos y amigas de la universidad, quienes notaron que Pilar ya no los acompañaba a las salidas y reuniones. “Siempre te van a juzgar por elegir el camino del Señor, los verdaderos amigos están en la fe”, le dice Jimena, su líder espiritual.

Recientemente, la iglesia ha empezado a pedir ofrendas especiales para empezar a construir una nueva filial en un distrito muy cercano. Los pastores han anunciado que todos los líderes de la iglesia, como Pilar, deben dar una cuota obligatoria de 100 soles mensuales, además del diezmo. Pilar, sin embargo, tiene poco dinero para cumplir con las cuotas. Además, le empezó a molestar la forma en que el pastor pedía con vehemencia el dinero en medio de los cultos y ver que recientemente se había comprado un nuevo auto. Esto se lo comentó a su líder, quien, a su vez, se lo dijo al pastor de jóvenes sin que Pilar lo supiera. Grande fue la sorpresa de Pilar cuando al ir a dictar su clase el día domingo encuentra a otra persona en su lugar. Ella busca a su pastor para obtener una explicación y este le dice: “si no estás de acuerdo con lo que enseñamos en la iglesia sobre las ofrendas puedes olvidarte de la enseñanza y el liderazgo”.

Pilar está muy dolida porque no entiende por qué fue “disciplinada”. Para ella el servicio en la iglesia es su mundo. Sus mejores amigas, que también van a la iglesia, tratan de consolarla diciéndole: “Tal vez Dios permite que el pastor sea así contigo para mostrarte algo y ayudarte a cambiar”. Pilar, finalmente, asume lo ocurrido como una lección de Dios: “así aprenderé a cuidar mi lengua y no caer en murmuración”, piensa ella.

Grupos coercitivos: un problema social

Casos como el de Pilar no son aislados. Hoy por hoy es posible identificar a no pocos creyentes que guardan un profundo sentido de malestar respecto de la iglesia a la que pertenecen. Sin embargo, el problema va más allá de personas heridas por sus congregaciones. Algunas organizaciones religiosas llegan a operar de manera ilegal o antiética, para lo cual suelen valerse de la obediencia y fuerza de convicción de sus propios miembros para alcanzar sus objetivos. Así, por citar algunos ejemplos que han ocurrido en nuestro país, la fe y obediencia de muchos fieles ha sido utilizada para enriquecer al liderazgo de la iglesia local, para respaldar candidatos o partidos políticos, para encubrir abusos sexuales cometidos por los líderes, para tolerar sermones que denigran a la mujer e incluso para incitar a los creyentes a invadir propiedad ajena.

¿Qué hace que creyentes como Pilar toleren situaciones de opresión y autoritarismo?, ¿qué hace que muchos creyentes sean capaces de respaldar, activa o pasivamente, liderazgos o instituciones que cometen actos antisociales, inmorales o ilícitos? La respuesta está en el tipo de influencia que la “iglesia” tiene en la persona. La literatura especializada suele catalogar como “sectas” a este tipo de organizaciones religiosas. En esta guía nosotros preferimos hablar de “grupos coercitivos”.

¿Qué diferencia una iglesia de un “grupo coercitivo”?

Las iglesias no son solo comunidades que agrupan a los creyentes, sino que son también instituciones jurídicas y sociales: poseen algún tipo de personería jurídica (muchas son asociaciones, fundaciones, organismos no gubernamentales, etc.), tienen una visión y misión, poseen un estatuto, un líder, una doctrina, una determinada estructura organizacional, una liturgia o forma de culto y también establecen diversas prácticas institucionales como la forma de adoptar acuerdos, la elección de los líderes, la administración del dinero, la manera en que se ejerce el liderazgo, la forma en que se aplican sanciones, etc. Todos estos elementos son parte de una determinada cultura institucional que orientará las prácticas de los miembros del grupo.

Es importante darnos cuenta que la identidad de un individuo está en gran medida influenciada por el grupo social al que pertenece. Esto es sobre todo cierto en el caso de las iglesias. Ellas tienen un gran poder de influencia en las identidades de las personas que congregan en ellas: les presentan la fe como dimensión que le da sentido a la existencia y que probablemente nunca abandonarán; les enseñan a vivir esa fe, a comprender la Biblia y a actuar conforme a ella; la comunidad es para muchos creyentes un espacio de aceptación y de reconstrucción de su identidad, sobre todo si han vivido en contextos de exclusión y pobreza (Lecaros 2016); en la iglesia las personas aprenden una teología y una ética que les permite valorar la realidad, la sociedad y el trato con sus semejantes; la iglesia también enseña a sus miembros a relacionarse con las personas no creyentes o que piensan distinto en el contexto de una sociedad plural y democrática.

El problema es que a veces la influencia institucional en los miembros de una congregación puede ser destructiva. Ello ocurre cuando los procesos de inserción y aprendizaje de la fe, la interacción con los otros miembros, la forma en que se ejercita el liderazgo eclesial, entre otros, no respetan la libertad o autonomía de la persona. En lugar de ello, los individuos actúan a través de la coerción, esto es, reprimidos u obligados para actuar contra su voluntad o sin tomar decisiones de manera consciente. Esto es precisamente lo que ocurre en los grupos coercitivos.

Lo complejo del problema, sin embargo, es que la coerción es a veces tan sutil que la persona no se da cuenta de que está siendo obligada o presionada para actuar de determinada manera. Pongamos como ejemplo el caso de Pilar. Ella sabe que debe dedicarle más tiempo a su familia y a sus estudios, pero prefiere no hacerlo porque no quiere enfrentar la autoridad del pastor; también tiene una forma de vestir y de relacionarse con sus amigos de la universidad, pero decide cambiar no por una decisión personal, sino porque en su congregación eso se ve mal; de igual manera ella no tiene dinero para dar, pero debe hacerlo por temor a la sanción; finalmente, ella cuestiona la forma en que el pastor maneja los asuntos financieros en la iglesia, pero es sancionada por ello, por lo que probablemente no exprese su opinión libremente en el futuro. Aunque no lo parezca, la voluntad de Pilar ha sido constantemente coaccionada, no obstante, aunque parezca paradójico, ¡ella podría pensar que su decisión fue libre!

¿Cómo entonces distinguir las iglesias de los grupos coercitivos? Estos no se distinguen por el tipo de doctrina que enseñan, sino por la manera en que influencian en sus miembros[1]. Los grupos coercitivos son aquellos que en sus interacciones con sus miembros utilizan mecanismos de persuasión coercitiva[2]. La persuasión coercitiva, concepto que proviene de la psicología social, alude precisamente a aquel control, graduado e imperceptible que, por medio de creencias –entre ellas las religiosas-, logra influenciar en los individuos un comportamiento determinado. La persuasión coercitiva es utilizada sin el conocimiento o voluntad del que la recibe. Así, el líder puede llegar a crear nuevas “actitudes”, logrando que el miembro obedezca sus órdenes sin resistencia consciente alguna (RAVICS 2007). Los elementos de este concepto son la persuasión y la coerción, precisamente porque se trata de un uso combinado de ambos elementos, de modo que el individuo cree que está tomando decisiones de manera libre cuando no es así (Rodríguez 1992: 63).

Ejemplos de persuasión coercitiva

La literatura especializada en el tema indica que existen diversas técnicas de persuasión coercitiva, cuyo uso es frecuente en los grupos coercitivos de carácter religioso. Entre estas técnicas tenemos:

Sumisión a la autoridad.- Demasiado énfasis en la obediencia y en la subordinación a la autoridad dentro de una congregación corren el riesgo de anular la capacidad crítica delos creyentes y avalar cualquier tipo de decisión por parte de la autoridad, aún si esta es contraria a la fe, la ética o la ley. En las congregaciones cristianas esta técnica de persuasión coercitiva puede ser respaldada con versículos bíblicos que son descontextualizados para resaltar la figura del líder (p. Ejm.: “no toquéis a mis ungidos…” (Sal 105:15), “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas…” (Heb 13:17), etc.). No obstante, debemos recordar que . la iglesia se nutre con la participación de todos los creyentes (1 Co 3ss; 1 Co 14ss) y que la enseñanza de Jesús sobre la autoridad radicaba en el servicio y la entrega por los demás, no en privilegiar la opinión de unos por sobre otros (Mt 20:25-28).

Aislamiento.- En muchos casos los grupos coercitivos hacen que los creyentes se desvinculen de su mundo social. La persona así se distancia de las personas próximas como familiares y amigos. Ello puede acrecentar su vulnerabilidad y aumentar las posibilidades de hacer lo que el grupo o el líder digan. El aislamiento también puede justificarse con creencias religiosas como señalar que las personas de la iglesia son “la familia verdadera” o que no hay que hacer caso “a las personas del mundo”, etc.

Control de información.- En muchos casos los miembros de grupos coercitivos no pueden acceder a la información social que proviene de medios de comunicación, textos académicos o literatura alternativa a la que se lee en la “iglesia”. Por lo general, estas informaciones son vedadas o resultan censuradas por el liderazgo. Las conductas usuales son la de prohibir literatura específica o contacto con otras fuentes informativas (como la prohibición de ir a eventos o seminarios que no sean de la iglesia, leer literatura no cristiana, etc.), la creación de materiales diseñados única y exclusivamente por la institución (generalmente redactados o avalados por el líder), la presentación de noticias o información parcial o tergiversada, reemplazar la enseñanza (que supone mostrar las distintas posturas sobre un tema) por el adoctrinamiento (que muestra la enseñanza del grupo coercitivo como “la” verdad) y el dar información según el nivel espiritual del miembro, reservando solo la información más compleja o peligrosa para quienes tienen mayor jerarquía en la congregación.

Estado de dependencia.- En la medida que la persona va integrándose más y más en el grupo coercitivo empieza a depender más de él. Así, la iglesia para esta persona se vuelve “su mundo” y en ella se deposita no solo la confianza y la fuente de su madurez espiritual, sino también su tiempo y su proyecto de vida. Lo que distingue al grupo coercitivo de una iglesia saludable es que el involucramiento de la persona es generado bajo sutiles presiones. Así, por ejemplo, su ascenso (o descenso) como líder, su prestigio dentro del grupo, está condicionado según su nivel de obediencia, de aportación económica, de respaldo a lo que el líder diga, entre otros. Más aún, los niveles de dependencia pueden llegar a ser económicos: cuando la persona empieza a trabajar para el grupo coercitivo y su sustento depende de su afiliación a este. El riesgo del estado de dependencia es evidente: la persona difícilmente puede decir que no al grupo o puede terminar avalando actos injustos o ilícitos sin si quiera saberlo o sin si quiera preguntárselo.

Control de las emociones.- En los grupos coercitivos el control de las emociones es frecuente para regular e influir en la conducta de los miembros. Miedo, culpa, ansiedad y sentimiento de pertenencia son las emociones más comunes que una cultura institucional coercitiva, lo que se da de manera sutil. A veces se manifiesta en amenazas que tienen que ver con la imposición de una “disciplina” o con retirar a las personas del liderazgo. Otras con desarrollar hábitos de sumisión (Escudero, Polo, López y Aguilar 2005: 111), como por ejemplo reconocer públicamente a las personas más fieles u obedientes a las órdenes o pensamiento del líder. Asimismo, la información que se conoce acerca de los pecados cometidos por el creyente puede ser instrumento para la manipulación en base al sentimiento de culpa. También, cualquier transgresión a la doctrina, ya sea de manera actuada o pensada, supone un sentimiento de culpa, que se da dentro de un sistema de premios o castigos. Así, “si un adepto detecta una transgresión en otro compañero se sentirá obligado a transmitirla a la autoridad, siempre pensando en el bien del compañero supuestamente desviado.”. De ahí que también a veces pueda presentarse el espionaje mutuo de comportamientos (Rodríguez 1992: 130).

Denigración del pensamiento crítico.- En los grupos coercitivos es una estrategia hacer sentir mal al miembro que piensa por sí mismo, sobre todo cuando ejerce la discrepancia. Quien discrepa en muchas ocasiones se siente mal porque su voz “rompe la armonía”, “va contra la unidad”, de modo que desarrolla un sentimiento de culpa, aversión o miedo a pensar por sí misma y tenderá a retirar lo dicho o a callarse para estar bien con el grupo. Asimismo, el razonamiento suele ser reemplazado por un lenguaje controlado, basado en las máximas del líder, clichés o palabras-talismán cargadas de connotaciones emocionales (“no hay iglesia perfecta”, “la verdad de Dios es sencilla”, etc.), lo que en muchos casos hace el diálogo imposible. El uso de versículos bíblicos descontextualizados puede ser también una táctica común para impedir el pensamiento autónomo: “el conocimiento envanece…” (1 Co 8:1), “la letra mata…” (2 Co 3:6), “el amor es más importante que el conocimiento”, etc.

NOTAS

[1] Estos “Se caracterizan por una organización piramidal, exigencia de una incondicional sumisión del adepto que llega a suponer anulación de la crítica interna, ejercicio de métodos de desestructuración de la personalidad, con grave destrucción de las bases afectivas del adepto, que suele arrastrar a la incomunicación con su medio natural y consigo mismo; y a los que no le son ajenos objetivos políticos y económicos enmascarados con ideologías espiritualistas.” (Goti 1991: 101).

[2] Quienes acuñaron por primera vez el término “persuasión coercitiva” fueron E. Schein, I. Scheiner y C. Barker (1961), que la adoptaron como título de su investigación psicosocial sobre las transformaciones acontecidas en los prisioneros de guerra estadounidenses tras ser capturados por los comunistas chinos en la guerra de Corea. (Rodríguez 1992: 60)


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El Eremita

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