GÉNERO Y BIBLIA (III): JACOB Y LA MASCULINIDAD TRASTOCADA
Continuamos analizando las masculinidades de la Biblia, esta vez centrándonos en la masculinidad de un personaje bíblico: Jacob. El contexto patriarcal en el que Jacob se inserta y la conciencia personal de ser heredero de una promesa divina (temática central en las narraciones de los patriarcas de Israel) van a definir, como veremos, la identidad de Jacob, aunque estos elementos han de entrar en tensión. De hecho, la vida de Jacob es un ejemplo bíblico de un hombre que experimentará la rivalidad con otros hombres, la competencia de una lucha por el poder y la ansiedad por alcanzar la promesa divina (que bien podríamos concebir, para efectos contemporáneos, como el éxito o la realización personal). Esta forma de ser de Jacob, la del engañador que compite con otros hombres, será trastocada en un punto culminante de su vida en el que “lucha con Dios”. En ese sentido, Jacob bien puede ser un modelo bíblico de varón que cuestiona su propio modelo de masculinidad.
Nos centraremos en la narración de la vida de Jacob que aparece en Génesis 25 - 33. Jacob es hijo de Isaac y de Rebeca. Rebeca queda embarazada de dos mellizos: Jacob y Esaú. Sin embargo, la presencia de dos varones en el seno de la madre ya está caracterizada por el conflicto: según Gn 25:22,23, hay una lucha entre los dos niños en el vientre de Rebeca, lucha explicada por el oráculo divino como el enfrentamiento de dos pueblos (de Jacob surgirá posteriormente Israel y de Esaú, Edom) en el que “el mayor servirá al menor” (Gn 25,22-23). La razón de la rivalidad entre dos varones que representan a sus respectivos pueblos es algo que concierne a la voluntad de Dios (tal es la conclusión del apóstol Pablo en Ro 9:13ss). No obstante, los mandatos culturales-patriarcales ya se ponen de manifiesto aquí: solo uno de los dos niños puede ser el heredero de los bienes de Isaac y, por ende, heredero de la promesa. Esto es así porque, antiguamente, solo los hijos varones (nunca las mujeres) estaban destinados a perpetuar la raza y preservar el nombre del clan a través del matrimonio. Además, entre los hijos, el primogénito gozaba de ciertos privilegios, pues tenía la precedencia entre los hermanos, a la muerte de su padre recibía doble parte de la herencia y se convertía en el cabeza de la familia (De Vaux 1976: 78).
El momento del alumbramiento, el nombre y la personalidad de los niños van a reiterar esta rivalidad entre los hermanos (Gn 25:25-28): Esaú nace primero, pero Jacob nace tomando a Esaú del talón. Así, el nombre de Esaú etimológicamente está relacionado con su abundante pelo (sée‘ar) y el de Jacob al hecho de nacer agarrado al talón (‘âqeb) de su hermano. Sus nombres, pues, serán símbolo de lucha durante gran parte de su vida. Los niños crecen, pero Esaú es diestro en la caza y prefiere el campo; mientras que Jacob es “varón quieto” que habita en las tiendas. Estas diferencias pondrán de relieve otro mandato cultural: la preferencia del padre por el “varón guerrero” y la predilección de la madre por el “varón quieto”: “Y amó Isaac a Esaú, porque comía de su caza; mas Rebeca amaba a Jacob.” (Gn 25:28).
Se trata de varones distintos y, en particular, la masculinidad de Jacob presenta rasgos culturalmente más femeninos, pues además de lampiño y tranquilo, posee cualidades culinarias: prepara un guiso a su hermano a cambio de su primogenitura (Gn 25:29-34). La predilección de Rebeca por Jacob la lleva a tender un ardid para que Jacob se haga pasar por su hermano, obteniendo así la primogenitura de parte de su padre (Gn 27,1-29). La indignación de Esaú permite una segunda lectura etimológica del nombre de Jacob (Yaaqob) como “suplantador”: “Y Esaú respondió: Bien llamaron su nombre Jacob, pues ya me ha suplantado dos veces: se apoderó de mi primogenitura, y he aquí ahora ha tomado mi bendición.”. Así, Esaú indignado promete matarlo (Gn 27,41), por lo que Rebeca envía a Jacob a Harán (Mesopotamia) para que allí pueda elegir esposa (Gn 27,42; 28,5).
A la luz del relato, podemos advertir que el período de niñez-juventud de Jacob ha pasado y se inicia una nueva etapa como adulto independiente de la casa de su padre que busca formar una nueva familia. Paradójicamente, en su viaje a Harán Jacob emprende la ruta contraria realizada por su abuelo Abrahám: sale de Canaán para volver a Mesopotamia, lo que hace incierta la realización de la promesa (Gn 28:10-22). Esta ansiedad frente a la incertidumbre de su destino se hace patente en el voto que Jacob hace a Dios luego del sueño en el que este le confirma su Pacto: “E hizo Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios.” (Gn 28:20,21). Esta preocupación por el cumplimiento de la promesa es algo que acompañará a Jacob durante gran parte de su vida y podemos compararla con las ansias de realización personal de los varones en las sociedades de hoy. Como veremos, Jacob descubrirá, en su encuentro con Dios, una nueva manera de enfrentar esta preocupación por el futuro.
Ya en Harán, en casa de su pariente, Jacob contrae matrimonio, engendra 11 hijos y prospera económicamente, todo ello en un lapso de 20 años. No obstante, la adquisición de esta prosperidad tendrá un costo: Labán engañará a Jacob dándole como esposa a Lea (y no a Raquel como le había prometido), obligándolo a trabajar por otros sietes años (Gn 29:1-30); además lo someterá a diversos engaños en cuanto al pago de su salario, a lo que Jacob responderá con los mismos ardides (Gn 30:25-42). Jacob, por tanto, se verá inmerso en otro mandato cultural que guía la masculinidad patriarcal: la competición entre varones con el fin de obtener el máximo beneficio material. Jacob se verá obligado a huir de Labán, pero al ser alcanzado por este se verá obligado a negociar: ambos celebrarán un pacto en el que delimitarán sus bienes y emprenderían cada uno su propio camino. Jacob regresa a casa, a Canaán (Gn 31:17-55).
Pero la disputa con su hermano aún ha quedado irresuelta. Mensajeros anuncian a Jacob que Esaú viene a recibirlo con 400 hombres, diciendo: “Vinimos a tu hermano Esaú, y él también viene a recibirte, y cuatrocientos hombres con él.”. El temor se apodera de Jacob (Gn 32:7). En la noche previa al encuentro con el hermano, Jacob es visitado por un ángel. La narración señala que se trata de una teofanía: se trata de Dios en forma de varón, que lucha contra Jacob hasta la salida del alba. Se dice que Jacob lo enfrenta “cara a cara” (Gn 32:22-32). ¿Qué repercusiones tiene este encuentro para la identidad masculina de Jacob? Lo que ocurre en ese encuentro puede darnos una respuesta: a) existe un antes y un después del enfrentamiento con el varón misterioso, pues Jacob no solo hará las paces con su hermano, sino que cambiará de nombre (el varón-ángel-Dios lo llamará “Israel”, lo que simboliza el cambio en la identidad); b) Jacob luchará con el ángel pero será herido y caerá al suelo, pese a ello, el ángel declara que Jacob “ha vencido” y le otorga una bendición; c) Jacob pregunta por el nombre del ángel, pero este se niega a dárselo; d) como consecuencia de la lucha, Jacob es herido en la cadera y deberá cojear el resto de su vida. ¿Qué implicaciones tienen todos estos simbolismos de la lucha entre Jacob y el ángel que se identifica con Dios? Jacob ha luchado toda su vida (con Esaú, con su padre, con Labán) de modo que no es casualidad que luche con el ángel dado que es lo único que su masculinidad sabe hacer. Sin embargo, es una lucha que no puede vencer: la herida que recibe termina con él en el suelo. Esta herida se da en la articulación del muslo (yaŒ Œrak), zona bíblicamente asociada a la virilidad (ejm.: (Gn 46.26; Éx 1.5). El hecho de que Jacob tenga que cojear de por vida supone una afectación de su masculinidad que ahora deberá aceptarse sobre la base de la debilidad y no de la fuerza. Además, después del encuentro, protegerá el clan familiar colocándose delante de las personas que están bajo su protección (Gn 33:3), a diferencia de su abuelo y su padre que expusieron a sus mujeres para salvar su propia vida (Gn 12,10-20; 20; 26,6-1). Finalmente, la reconciliación con su hermano está inextricablemente unida a su encuentro “cara a cara” con el ángel, puesto que le dice a Esaú: “si he hallado ahora gracia en tus ojos, acepta mi presente, porque he visto tu rostro, como si hubiera visto el rostro de Dios, pues que con tanto favor me has recibido.” (Gn 33:10). El relato, pues, ofrece una lectura en clave religiosa: la confrontación con el varón misterioso trastoca la masculinidad de Jacob, quien aprende a "perder", a desprenderse de aquellos elementos de su identidad masculina que lo hacen vivir una vida inauténtica e insatisfactoria.
Hemos interpretado Génesis 25-33 a partir de la identificación de mandatos culturales masculinos y desde el análisis de la identidad masculina de Jacob. Ello nos plantea al menos dos reflexiones. La primera tiene que ver en el aporte de la fe a los procesos de deconstrucción psicoeducativa en clave de género. La espiritualidad, en ese sentido, sigue causes distintos respecto de la educación, pues apela a la experiencia religiosa como una confrontación con las formas inauténticas de vivir la identidad personal suscitada por la experiencia de lo divino (es de suma importancia aquí el concepto de fe, que a mi juicio puede definirse como una experiencia de desprendimiento del yo inauténtico, siendo la figura de Dios, en tanto sujeto trascendente que nos ama y acepta sin condiciones, clave para posibilitar dicho desprendimiento). Sin embargo, si bien se trata de una vía distinta, ella coincide con la propuesta psicoeducativa de género en lo que concierne a la redefinición de identidades masculinas no violentas y cuestionadoras del status quo. La segunda reflexión atañe a la separación que se da en la práctica entre educación en género y espiritualidad. La espiritualidad propia de la vida religiosa podría (y debería) incorporar en sí misma el análisis de las vivencias relacionadas a la masculinidad o feminidad y no quedarse únicamente en los aspectos morales vinculados a la antítesis pecado/santidad. El ejemplo bíblico de Jacob es una muestra de dicha integración.
(Texto adaptado del análisis de Cáceres Guinet, Hugo (2007). Algunos elementos de la espiritualidad masculina vistos a través de la narración bíblica de Jacob. En: Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana N° 56. San José de Costa Rica: DEI.)