GÉNERO Y BIBLIA (IV): EL ORGULLO MASCULINO DE NAAMÁN
En muchos casos el constructo de muchos varones con relación a su fortaleza física, el cuidado de su propio cuerpo y su renuencia a expresar sus sentimientos o malestares puede jugar en contra de su salud. Un ejemplo paradigmático de ello es el cáncer de próstata, un cáncer curable, pero que no suele detectarse a tiempo porque muchos varones conciben el exámen no solo como incómodo, sino como "humillante" o "poco viril". En ese sentido, encontramos en la Biblia un ejemplo que se adecua a esta situación, se trata del caso de un varón que pese a conocer el tratamiento para sanar su enfermedad se resistía a cumplirlo debido a ciertas ideas asociadas a su identidad y forma de ejercer el poder. Se trata de Naamán el sirio.
La historia de Naamán aparece en el libro de los Reyes. Este libro relata la historia política de Israel, pero desde una lectura religiosa, a manera de una reflexión teológica sobre los acontecimientos vividos por el pueblo judío. Fue escrito después de la destrucción del reino de Judá, que se narra en el último capítulo (2 R 25). A la luz de esta catástrofe es como el autor interpreta los 400 años de historia que relata. En ese sentido, la historia de la desaparición y conquista de la nación Israelita es vista en retrospectiva y la valoración de los sucesivos reyes de Israel se realiza según la adhesión a la dinastía de David, la condenación de todos los santuarios fuera del de Jerusalén y el rechazo de todos los cultos a los dioses extranjeros. Tal es el criterio de valoración teológica.
Dentro del segundo libro de los Reyes encontramos el ciclo del profeta Eliseo, un conjunto de narraciones entre las que se cuenta la historia de Naamán. Eliseo es el mensajero de Dios a quienes los monarcas de Israel no quieren escuchar, pero también opera como un agente de la bendición de Dios para los israelitas. El contexto en el que vive Eliseo es el de la decadencia moral del reino de Israel, pero comprende también algunas guerras entre Israel y otras naciones extranjeras. Precisamente Naamán es un general de Siria, la cual mantendrá relaciones bélicas con Israel (2 R 5:2; 6:8-33). Este contexto perfila de mejor manera nuestro estudio de la masculinidad de Naamán: se trata de un hombre poderoso, guerrero, enemigo de Israel y desde esa identidad habrá de pedirle ayuda a Eliseo para sanar su enfermedad.
Empecemos, pues, analizando el relato de la curación de Naamán que se encuentra en 2 R 5: 1-19, enfocándolo desde el punto de vista de su masculinidad.
El primer verso resalta las cualidades de Naamán en su condición de varón. Se trata de un general (la máxima posición de autoridad en una milicia) que es “grande delante de su señor”, lo que equivale a decir que era muy honorable y, asimismo, era valeroso “en extremo”. Estamos quizá frente a un varón que cumple con el estándar de la masculinidad hegemónica de su cultura y de su época. Naamán es poderoso, honorable y rico (sabemos que posee muchas riquezas debido a que tiene numerosos criados (v. 13) y por la calidad del obsequio que dio al criado de Eliseo (v. 23)). Sin embargo, tiene un problema, se trata de su enfermedad, la lepra.
¿Cómo actúa Naamán frente a esta condición de enfermedad que lo expone como ser vulnerable? Aquí es preciso atender con cuidado al relato. Así, es posible identificar en la narración una serie de elementos que, acaso adredemente, han de poner aprueba el orgullo masculino de Naamán y que, de no afrontarlos con humildad, podrían hacer que no obtenga la cura que tanto anhela. En primer lugar, es una niña, una esclava israelita, la que informa al rey de asiria la existencia de una cura (v. 3 y 4). Esta cuádruple condición de la pequeña informante (mujer, niña, esclava y extranjera), que la ubica en la escala más baja de la sociedad patriarcal, contrasta con la poderosa figura del general sirio.
El rey de asiria manda una carta al rey de Israel a fin de que sane a Naamán (v. 6). Aquí aparece la figura de Eliseo, quien se ofrece a curarlo (v. 8). Surge aquí el segundo contraste: la figura del profeta, que usualmente se opone al poder monárquico y que vive humildemente con el pueblo se contrapone indirectamente con el poderoso estatus del general sirio. Son dos masculinidades antagónicas: por un lado, Eliseo es un hombre humilde, que cura al sirio a cambio de nada (v. 16) y que contrariamente al talante de los poderosos, se muestra sumamente flexible con él, pues le desea la paz aún cuando sabe que Naamán se arrodillará ante un falso dios (v. 19); por otro lado, Naamán es un hombre poderoso y rico, que sigue la lógica de la contraprestación, por lo que le cuesta entender que puede ser ayudado gratuitamente por otro varón (de ahí que insista demasiado en pagar los favores del profeta (v. 15 y 16)).
El tercer contraste surge cuando el general visita al profeta. Este último no baja para recibirlo, sino que envía a un criado a hablar con el sirio. Este acto es rechazado por Naamán, quien se irrita, pues, probablemente como hombre habituado a los rituales y a las pompas, contaba con conocer personalmente al profeta, esperando, además, un ritual de sanación que cumpliera con sus expectativas (v. 11). Como varón de una posición privilegiada, le cuesta interactuar con quienes son “inferiores” a él.
Además, un quinto contraste: el criado le comunica que para sanarse debe sumergirse siete veces en el río Jordán. Frente a ello, Naamán responde: “Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado.” (v. 12). Se hace clara aquí otra forma de ser del general sirio: su orgullo nacionalista, propio de un guerrero que conquista y domina otros pueblos. Naamán hace manifiesta aquí su propia cosmovisión de lo que considera “superior” o “inferior”, sin saber que este chauvinismo lo alejará de la cura.
El sexto contraste proviene después, cuando Naamán es persuadido por sus criados quienes le dicen: “Padre mío; si el profeta te hubiera mandado una cosa difícil ¿es que no la hubieras hecho? ¡Cuánto más habiéndote dicho: Lávate y quedarás limpio!” (v. 13). Curiosamente, son personas “inferiores” a él, ¡sus esclavos!, los que terminan persuadiéndole de seguir las instrucciones del profeta. Sin embargo, esto nos habla un poco de la personalidad de Naamán: pese a ser un hombre orgulloso, es capaz de escuchar las razones de sus servidores. Hay algo en él que lo hace entrar en razón. Así, una vez sanado, es capaz de volver para dar las gracias al profeta y también puede reconocer que un dios extranjero (YHWH) es mejor que sus propios dioses nacionales (v. 17). En él ha operado un cambio.
Todos estos elementos nos hacen ver que la sanidad de Naamán no se debe únicamente a un efectivo tratamiento médico-religioso. Para recobrar su salud Naamán tuvo primero que enfrentar sus propias barreras mentales y culturales en cuanto a su valoración de sí mismo y de los demás. En ese sentido, su propia concepción de masculinidad estuvo profundamente implicada en este proceso.