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GLORIA IN PROFUNDIS: LA NAVIDAD DE LA NAVIDAD

Publicado: 2019-12-13

Proveniente de la tradición cristiana, la navidad se sustenta en una poderosa idea que bien vale la pena profundizar en un mundo desigual y violento como el nuestro. Tanto para los espíritus dispuestos a escuchar, antes que a creer, como para los espíritus devotos o religiosos, la idea se presenta de forma misteriosa: el mensaje del dios-hombre (más radical aún, del dios-niño) se plantea como liberador para una humanidad sufriente.  

Este mensaje puede ser objeto de remembranza, si se asume su historicidad. También puede ser objeto de devoción: se celebra la venida al mundo de aquél a quienes los creyentes reputan como el salvador. Estos sentidos son culturalmente religiosos, aunque no implican necesariamente la fe y no apunten del todo al sentido universal que la navidad puede tener para los escépticos. Sea que seamos creyentes o no creyentes, la navidad esconde una mística: es un llamado a “hacernos niños”. La riqueza del mensaje no está en el mero acontecimiento del nacimiento, sino en el acto por el cual la divinidad decide despojarse de su propia supremacía. Precisamente el aporte original del cristianismo en la historia de las religiones radica en eso: un dios que no exige ser buscado, sino que busca; que no se deleita en las alturas, sino que se recrea en las profundidades.

¿Cuál es el sentido práctico de este menaje? Pues una nueva forma de relacionarnos con los demás, a la manera del Dios que se hace niño. Se trata de una nueva propuesta para el género humano, la de la encarnación, concretamente, la del despojamiento de todo aquello que pueda colocarnos en una posición de supremacía sobre los demás: imagen, dinero, posición social, color de piel, forma del cuerpo, prestigio, estereotipos culturales, renombre, jerarquías, etc. Así, si todas estas cosas son un estorbo para poder establecer relaciones plenas (entiéndase aquí justas, reales, amorosas, verdaderas, equitativas, etc.) con los otr@s, pues entonces, por el bien de la humanidad, tenemos que aprender a despojarnos de ellas.

El despojamiento o “kenosis” representa un desafío para el ego humano. La recomendación de Pablo de Tarso es un testimonio de lo difícil que le fue a los cristianos de su tiempo el comprenderlo: “(…) no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó (kenosis) a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Fil 2: 5-7). Gente sencilla dispuesta a despojarse de todo aquello que los separa de sus semejantes para establecer relaciones verdaderamente horizontales y profundas, en ello estriba la radicalidad de la navidad. Los mismísimos relatos navideños adquieren sentido desde esta perspectiva: unos reyes del oriente vienen a los pies del niño (a pesar de que los extranjeros eran vistos como impuros por los judíos); unos pastores son los primeros conocedores del nacimiento del salvador (se trata de un grupo social bastante desprestigiado para la época); el niño nace en un pesebre (excluído, dado que no había lugar para él en ninguna posada). Desde la perspectiva kenótica, sin embargo, la llamada es a despojarnos de aquellas barreras religiosas, culturales, sociales o económicas que nos impiden abrigarnos bajo el mismo portal o, mejor dicho, bajo el mismo mundo.

En su poema Gloria in profundis, G.K. Chesterton reflexiona sobre las  consecuencias que tiene para el género humano el mensaje de un Dios que se abaja y se derrumba por amor a los demás:

¿Quién es altivo si es humilde el cielo, 
quién haciende si cae la montaña,
si los soles inmóviles se vuelcan
y un diluvio de amor anega todo;
quién alza la cabeza por un reino,
quién su ánimo sostiene cual fianza,
quién va por el torrente constelado
cuando todo lo bueno se derrumba?

El despojamiento, desde esta perspectiva, es una actitud a repetir por el bien del género humano e implica la renuncia a toda prevalencia del poder en las relaciones humanas: si Dios es humilde ¿puede alguien ser altivo?, Si Dios ha estado dispuesto a derrumbarse, ¿será adecuado que alguien quiera dominar alzándose?

¿Qué actitudes caracterizan a la persona dispuesta a relacionarse kenóticamente?, esto es quizá lo que cada uno debería a sí mismo preguntarse. El mensaje está allí desde hace más de 2000 años y sigue siendo escandaloso para un mundo tan “adulto”. Como dijo Bonhoeffer: "Todo niño quiere ser adulto, todo adulto quiere ser un rey, todo rey quiere ser un dios. Solo Dios escogió ser niño".


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El Eremita

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