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REVELACIÓN, INSPIRACIÓN, INFALIBILIDAD Y AUTORIDAD DE LA BIBLIA: UNA LECTURA NO-FUNDAMENTALISTA

Publicado: 2020-08-29

Como cristiano, creo que la Biblia es revelada, inspirada, infalible y normativa para mi vida. Afirmo, sin embargo, que puedo profesar estas creencias sin tener que verme comprometido con las categorías del fundamentalismo teológico. Por tanto, me ha parecido bien esclarecer lo que significan estas creencias desde una perspectiva que podría denominar de varias maneras (contextual, integral, crítica, pragmatista, progresista, etc.), pero que aquí catalogaré como “no-fundamentalista”.   

I

REVELACIÓN

Creer que la Biblia es revelada no significa creer que la Biblia es un libro caído del cielo o que fue escrito por el dedo de Dios, como si la cultura y la subjetividad humana no hubiesen tenido parte alguna en su composición. Por el contrario, revelación es el acto por el cual lo trascendente es humanamente captado. Pero esta captación debe ser adecuadamente comprendida. Así, en la Biblia, Dios es captado (o revelado) a un grupo de personas que utilizaron sus propio trasfondo histórico, cultural, político y religioso para poner por escrito sus propias experiencias con relación a la divinidad. Ellos captaron la divinidad de alguna manera, sintieron su presencia y su actuar en el contexto en el que vivieron, y estaban seguros de poder identificar a un Dios que les hablaba, que les indicaba su voluntad y que tenía un plan para sus vidas. Ahora bien, estas personas vivieron en un mundo absolutamente religioso, mágico, explicado por el mito, significado religiosamente por la lógica del sacrificio, inundado por potencias superiores, divinas y diabólicas; desde ese mundo, con esas concepciones a manera de anteojeras, captaron a Dios y pusieron el testimonio de esa experiencia por escrito. La "revelación", por tanto, no está desligada de la experiencia humano-finita: toda manifestación de los trascendente debe, para poder convertirse en un testimonio escrito (la Biblia), pasar por la experiencia humana.

Pero, entonces, ¿qué me lleva a concebir este libro como revelado, sabiendo que estas personas hablaron de Dios influenciadas por concepciones que hoy ya no comparto o que me cuesta compartir? Descubrir en esos testimonios antiguos un mensaje que toca las más profundas fibras de mi interior y que me invita a ver el mundo de otra manera, eso es lo que testifica su revelación. Sin este descubrimiento personal, la revelación solo es un dogma vacío: vista como un objeto, la Biblia no dice nada por sí misma, no demuestra nada en sí misma. Pero al dejar de ver la Biblia como un fetiche científico, al leerme a mí mismo en las Escrituras, al experimentar el poder de la palabra bíblica en mí, puedo decir: creo que este libro es revelado.

En ese sentido, la revelación bíblica no es ese “manual de vida” en el que se encuentran detalladas todas las respuestas de la vida y el mundo, así como todas las conductas que el cristiano debe seguir al pie de la letra. Si fuera así, muchísimos creyentes no preguntarían, como a cada rato lo hacen, “si hacer o no hacer esto es bíblico”, “si creer de esta manera es cristiano” o “qué dice la Biblia sobre tal o cual cosa”. La revelación de Dios no debe confundirse con un libro de recetas. Según creo, la Biblia es revelada porque sus contenidos reflejan una experiencia humano-histórica de lo trascendente, propia de su contexto, que me sirve como una poderosa referencia para descubrir por mí mismo y bajo la guía del Espíritu, las respuestas a los problemas y desafíos -personales y colectivos- de hoy en día. Más que un recetario, la Biblia es la brújula del Espíritu. Ella no me revela qué hacer, me revela qué mensaje de Dios recibieron los antiguos como criterio para decidir por mí mismo en el presente. Su puesta en práctica no supone la obediencia mecánica, sino, primeramente, la interpretación responsable, bajo nuestra propia cuenta y riesgo.

II

INSPIRACIÓN

Referirse a la Biblia como inspirada es pretender ahondar en un misterio: nadie puede volver en el tiempo y meterse en la mente de los autores bíblicos para averiguar de qué modo operó la inspiración divina. Asimismo, si bien la Biblia afirma de sí misma su inspiración (2 P 1:20-21; 2 Tim 3:16), no ofrece una definición del término, ni precisa de qué manera el aliento de Dios (theopneustos) movió a los autores a escribir el texto. El elemento de misterio, así como la indefinición del término, abre diversas posibilidades para la especulación teológica: ¡basta con abrir cualquier manual de teología básica para ver que existen más de 5 o 6 teorías sobre la inspiración divina! Siendo así, ¿por qué se nos fuerza a creer en la versión de inspiración que postula el fundamentalismo?, ¿con qué autoridad los chicaguistas nos dicen que la inspiración en los autores bíblicos “sí garantizó que sus declaraciones en cuanto a cualquier tema sobre el cual hablaron o escribieron fueran veraces y fidedignas”? Si fuese así, deberíamos creer en la esclavitud o en la inferioridad de la mujer y, ciertamente, hay hoy en día chicaguistas que creen en ello (es el caso de John Macarthur https://www.youtube.com/watch?v=HSKj3LQilcI&feature=share&fbclid=IwAR23UpR7Skdf_lrWH6ZstO9NcuI7hiKNwg5bzDtjAqnoEWW7QL3TFBjVcf4).

Pero como creyentes con la libertad para hacer teología, es posible concebir la inspiración de otra manera, más acorde con el espíritu del evangelio. Debemos ser conscientes de que la Biblia no es Palabra de Dios, solamente, sino Palabra de Dios en palabras de hombres. El fundamentalismo ha exaltado desmedidamente el lado divino de la Escritura, de ahí que incluso la literalidad de la Biblia en sus partes más atroces sea justificada; de ahí que su letra pretenda ser aplicada, incluso de manera forzada, a todos los ámbitos y situaciones de la vida, incluso cuando estas no tienen ninguna relación con el contexto en el que el pasaje o la palabra bíblica a interpretar tenga que ver con ello; de ahí que los dichos y profecías bíblicas han sido usadas políticamente para justificar la violencia, como así lo ha atestiguado la Historia. Pero si tomamos en cuenta el elemento humano de la Escritura y lo integramos en un perfecto balance con su lado divino, nos daremos cuenta que la Biblia es un testimonio sobre Dios y su voluntad en términos contextuales y humanos. La vieja distinción teológica hecha por Tomás de Aquino entre ley eterna y ley divina tiene cabida aquí: la Biblia no puede contener todo lo que Dios es, ella no es Dios ni nos revela todos los misterios divinos (p. ejm.: Deut 29:29).

Una importante consecuencia de concebir la inspiración bíblica como Palabra de Dios en palabras de hombres es reconocer que lo que la Biblia dice posee limitaciones en términos científicos, culturales, históricos e incluso éticos. Puesto que lo humano-finito ha mediado en la composición de la Biblia, no debe extrañarnos encontrar en ella vestigios de patriarcalismo, nacionalismo, imperialismo, violencia, imprecisiones científicas, entre otros. De allí que los cristianos debamos ser cuidadosos en aplicarla literalmente a las situaciones actuales. Pero este reconocimiento de la mediación humana no significa, como podrían creer muchos creyentes, que pongamos en duda la autoridad y validez del testimonio bíblico para nuestro tiempo. Tampoco significa, como así lo afirman ciertas posturas antirreligiosas, que la Biblia sea un libro anacrónico e, incluso, peligroso, para los valores humanos actuales. Por el contrario, cuando ponemos en un perfecto balance los elementos divino y humano de la Escritura, podemos evitar los riesgos de una lectura literalista y supernaturalista de la Biblia que sea insensible a los contextos actuales. Asimismo, también podemos evitar una lectura que reduce la Biblia a mera literatura y que no reconocer su valor ético-religioso. Para quien ha aprendido a concebir la inspiración bíblica de esta manera la manera de contestar a las objeciones de fundamentalistas y ateos es casi la misma: cuando se reconoce el papel que juega la finitud humana en la composición de la Biblia no puedes interpretar sus contenidos de manera literal y sin ningún tipo de contextualización a las realidades actuales. La mediación de lo finito, hay que reiterarlo, no juega en contra de la autoridad de la Biblia. Por el contrario, esta mediación nos muestra de manera profunda la manera en que el cristianismo concibe la divinidad: se trata de un Dios que no rechaza ni niega lo humano, sino que se vale de su fragilidad (finitud, labilidad, etc.) para entregar su mensaje. No debería sorprendernos, por tanto, que la Biblia misma pretenda resumir todo su contenido en el mandamiento del amor (Mt 22:34-40).

Podemos inferir, además, una consecuencia adicional de una lectura crítica o contextualizada de la Biblia. Si la Biblia se valió de medios humanos para su redacción, ¿qué impide que utilicemos dichos medios para interpretarla hoy a nuestras realidades actuales? Una concepción crítica de la inspiración bíblica nos habilita, por tanto, a utilizar las diversas disciplinas y saberes en la interpretación cristiana de la vida. La Biblia, en consecuencia, no es per se incompatible con las diversas ciencias, disciplinas o saberes, sino que su mensaje puede entrar en una relación dialéctica con estas para interpretar la realidad y hacerse de una postura cuando lo ameriten las circunstancias. Contrariamente a esta actitud, amiga de lo humano, el fundamentalismo teológico insiste en oponer la letra de la Biblia a todo saber finito y se esmera en resaltar la inferioridad epistémica y vital de este último (por eso muestra un desprecio por la academia, a no ser que se trate de académicos fundamentalistas). El fundamentalismo endiosa la letra de la Biblia, al punto de hacer todo lo posible por encajar la realidad en la letra. En su lógica, la realidad siempre es menos que la letra y, si es necesario, puede llegar hasta negar la realidad para salvaguardar a aquélla. Incurre así en la bibliolatría.

III

INFALIBILIDAD

La infalibilidad es otro concepto teológico que el cristianismo atribuye a la Escritura. En otras palabras, la Biblia no dice de sí misma que sea infalible, sino que se trata de una deducción lógica sobre la base de la doctrina de la inspiración: si Dios ha inspirado la Escritura y Dios no puede fallar, por consiguiente, la Biblia no falla. Pero si bien la infalibilidad ha sido un concepto teológico que ha pertenecido a la doctrina cristiana durante siglos, este ha sido formulado de varias maneras. Basta con abrir cualquier libro de teología para saber que sobre la infalibilidad se ha escrito mucho y se ha concluido poco. Ahora bien, una de esas formulaciones es la que propuso el fundamentalismo teológico a inicios del siglo XX, en el libro “The Fundamentals: a testimony of truth“, a la que puso el nombre de “inerrancia”.

Curiosamente, el término inerrancia, que los evangélicos hemos heredado del fundamentalismo teológico, no aparece en la Biblia. Se trata de un concepto teológico y, como tal, puede ser objeto de modificación, precisión o desuso. Los chicaguistas, seguidores contemporáneos del fundamentalismo, no solo distinguen entre infalibilidad e inerrancia, sino que afirman que quien cree en la infalibilidad debe creer también en la inerrancia. ¿Cuál es entonces la diferencia entre infalibilidad e inerrancia?, ¿no será acaso posible seguir creyendo en la infalibilidad de la Escritura y rechazar el concepto fundamentalista de inerrancia?

Para el fundamentalismo, la inerrancia significa que la Biblia no tiene errores, pero es más lo que se quiere decir con esta frase. Teólogos fundamentalistas como Hodge y Grudem afirman, en ese sentido, que la letra de la Biblia no se equivoca incluso en temas científicos, de modo que la Biblia es infalible no solo en el ámbito de la religión, sino también en el de la ciencia o de cualquier otra disciplina. Sin embargo, esta postura es problemática porque hace de la Biblia un manual de ciencia (no solo de salvación) y la habilita para polemizar con otras ramas el saber, como las humanidades (por lo que se inculca una aversión hacia la filosofía), la ciencias sociales (rechazando sus métodos para la interpretación de la realidad) y las ciencias naturales (oponiéndosele en todo lo que contradiga la letra de la Biblia como es el caso de la teoría de la evolución, por citar un ejemplo). Para el fundamentalismo, la Biblia es verdadera, incluso, en materia científica, por lo que siempre existirá la tendencia religiosa a invadir otros campos epistémicos del estudio de la realidad, menospreciando el saber siempre que parezca contradecir la letra de la Biblia.

No obstante, es posible creer en la infalibilidad de la Biblia sin tener que creer en la inerrancia fundamentalista. Por un lado, una lectura honesta de la Biblia puede admitir que esta presenta contradicciones consigo misma (por ejemplo, la duración del diluvio en Gn 7,17 y en Gn 7,24), errores en el campo de las ciencias naturales (por ejemplo, la imagen del universo envuelto en aguas separadas de la tierra por una cúpula llamada firmamento), errores históricos o que no se condicen con otras fuentes históricas y arqueológicas, y errores morales (por ejemplo, los genocidios ordenados por Dios en el AT). Por otro lado, es posible creer que las afirmaciones de la Biblia se limitan únicamente a materia religiosa, pues es dudoso que la Biblia haya sido inspirada para ser un manual de ciencia. Antes bien, su contenido principal y esencial es la salvación. De esta manera, creer en la infalibilidad, pero no en la inerrancia tiene como consecuencia encarnar un cristianismo amigo del saber y del conocimiento científico, que lejos de confundir las competencias de la religión, da lugar a una interpretación dialéctica e integral de la realidad no solo a la luz del saber bíblico, sino también científico y filosófico.

¿Cuál sería entonces el sentido de la infalibilidad? Ella estaría referida no a la letra de la Biblia, sino al mensaje salvífico que esta ayuda a transmitir. Pongamos un ejemplo con el relato del génesis: la ausencia de error no estaría en el relato que señala que el mundo fue creado en 6 días, en la existencia histórica de Adán y Eva o si es posible que una serpiente sea capaz de hablar por influjo del demonio. Tratándose de un relato mítico, lo más probable es que su objetivo no haya sido una descripción historiográfica de los orígenes del mundo. Antes bien, lo que es importante aquí, es el mensaje salvífico, el cual se asume como verdadero y libre de error: la idea de que Dios creo el mundo, que busca lo mejor para el hombre y que el pecado es el gran problema de la humanidad. Así pues, la infalibilidad está referida a la veracidad o verdad del mensaje bíblico, antes que a las mediaciones utilizadas para ofrecer ese mensaje. Es posible diferenciar entre la letra, los géneros literarios, las concepciones culturales del tiempo, de ese gran cuadro completo que el lector, sea creyente o no creyente, debe retener para su propio aprovechamiento personal. El mensaje no es lo mismo que la letra.

IV

AUTORIDAD

Conviene preguntarnos cuál es la razón por la que el cristiano afirma con fervor que la Biblia es la principal autoridad para su vida. El fundamentalismo teológico nos dice que la Biblia es la suprema autoridad, no solo para el creyente, sino para todo el mundo. Ella encarna la verdad, independientemente se crea en ella o no. Cuando se le pregunta a un creyente influido consciente o inconscientemente por el fundamentalismo por qué la Biblia es la suprema autoridad para regir la conducta humana, nos dirá: “Porque la Biblia lo dice”. Si además se le pregunta: “¿cómo sabes que lo que dice la Biblia es válido?”, nos dirá: “Porque al haber sido dada por Dios es la suprema autoridad”. El "argumento" es completamente circular. Por tanto, para el fundamentalismo, la Biblia es un fundamento en sí misma, un presupuesto inconmovible, como así lo diría un presuposicionalista (que no es otra cosa que un teólogo fundamentalista dedicado a hacer apologética).

Sin embargo, argumentar de esta manera no solo parece quebrantar los causes de la lógica, sino que acarrea el riesgo de imponer la religión: si en la Biblia está la verdad, independientemente se crea en ella o no, la verdad no puede ser negociada, sino cumplida a cabalidad, incluso por quienes no creen en ella. Así pues, pretender regir con la Biblia a quienes no creen en ella, como así lo pretenden ciertos sectores del cristianismo que se han dedicado a la política, solo puede fomentar la imposición y, en consecuencia, la aversión hacia el evangelio.

Pero podemos hablar de la autoridad de la Biblia de otra forma. Para ello, quiero traer a colación las creencias sobre la Biblia que he mencionado en los apartados anteriores. ¿Cómo respondería si alguien me preguntara por qué considero que la Biblia tiene autoridad para mi vida? Contestaría de la siguiente manera: “Creo en la Biblia como revelación, porque su contenido conecta de manera efectiva con lo más profundo de mi ser y ha influido poderosamente en mí para creer en un Dios. Creo que ella es inspirada, porque a pesar de que se trata de un testimonio antiguo de quienes, a través de sus propios medios, captaron una experiencia de Dios, tiene algo valioso que decirme que ningún otro libro o saber no religioso puede decirme. Creo que la Biblia es infalible, no porque lo que dice su letra no tenga errores, sino porque las grandes líneas directrices en cuanto a la valoración del ser humano no solo me parecen universales, sino que advierto que continúan perennes desde hace siglos -y es probable que lo sea para muchos siglos más-. En resumidas cuentas, la Biblia tiene autoridad sobre mi vida porque he experimentado los efectos de su mensaje en mi ser y veo que funcionan.”. Como podremos advertir, en lugar de concebir la autoridad de la Biblia de manera dogmática u objetivista, algo que sigue generando rechazo en los no cristianos y no establece ningún puente con la racionalidad humana, podemos ubicar los fundamentos de su autoridad en la experiencia de quienes logramos identificarnos con su contenido. De esta manera, nuestra creencia en la autoridad de la Biblia se plantea a la humanidad como una invitación y nunca como una imposición.

***

A lo largo de estas líneas, he propuesto una manera no fundamentalista de concebir conceptos teológicos tradicionales de la fe cristiana, como lo son la revelación, la inspiración, la infalibilidad y la autoridad de la Biblia. Más allá de estas definiciones, el principal punto que quisiera resaltar es el siguiente: uno puede ser perfectamente cristiano, protestante y evangélico sin tener que aceptar la herencia de los credos históricos fundamentalistas contenidos en textos como The Fundamentals o la Convención de Chicago. Ciertamente, puedo congregar con sinceridad, coherencia y compromiso en cualquier congregación evangélica que afirma creer en sus estatutos en “La inspiración divina, veracidad e integridad de las Sagradas Escrituras, tal como fueron originalmente dadas y su suprema autoridad en asuntos de fe y conducta.”, ya que sinceramente creo en estas doctrinas. Puedo, asimismo, oponerme con autoridad, humildad y espíritu de diálogo a los líderes religiosos que pretendan vetarme o expulsarme por no compartir su credo fundamentalista, diciéndoles que están equivocados y que el fundamentalismo teológico solo es una opción y una postura derivada (muy problemática, a mi juicio) del cristianismo. Confío en que, cada vez más, las nuevas generaciones puedan darse cuenta de que se puede ser perfectamente “bíblico” sin tener que verse influido por el fundamentalismo teológico con el que, explícita o implícitamente, hemos sido formados en nuestras iglesias evangélicas.



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El Eremita

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