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RELIGIÓN, ESPIRITUALIDAD Y ESPIRITUALIDAD CRISTIANA

Publicado: 2021-06-29

1. ¿Qué es la espiritualidad?

La espiritualidad puede concebirse como todo estilo de vida humano orientado a una búsqueda de identidad, sentido y realización basado en algún tipo de trascendencia, que pone en práctica acciones que van más allá de la satisfacción material y personal, sobre la base de creencias que pretenden explicar la realidad y su misterio.

Examinemos con detalle esta definición. En primer lugar, la espiritualidad apela a lo trascendente, es decir, a toda fuente de sentido que vaya más allá del yo. En ese sentido, no solo el concepto de Dios (o dioses) ha de caracterizar la espiritualidad, sino también otros conceptos siempre que estos trascienden la esfera de las facultades individuales humanas, como por ejemplo “el todo” (panteísmo), la naturaleza o ciertos valores y principios morales, científicos, entre otros. En este punto, es importante resaltar el concepto de lo “sagrado”, que aparece en una gran cantidad de definiciones sobre la espiritualidad (Fuentes 2018). Es justo reiterar que lo sagrado no está referido necesariamente a la divinidad, pero sí a cualquier elemento capaz de informar las características personales que los individuos consideran esenciales para su diario vivir (identidad), para hallar el propósito de su existencia (sentido) o para otorgarles un sentimiento de satisfacción a la hora de conformar su vida con aquello que más valoran (realización).

Considerando el amplio sentido de lo “trascendente”, la espiritualidad puede ser clasificada en espiritualidades religiosas, esotéricas y seculares. Las espiritualidades religiosas operan dentro del marco de creencias, instituciones y teologías de una determinada religión. Así pues, es posible hablar de espiritualidades judías, cristianas, islámicas, budistas, hinduistas o neopaganas (como la espiritualidad Wicca o druida), lo que también comprende aquellas espiritualidades religiosas ancestrales, propias de los pueblos originarios. Las espiritualidades esotéricas, que por lo general imbrican elementos religiosos y filosóficos, no solo se caracterizan por su secretismo, sino por una serie de elementos comunes que implican símbolos y rituales (mediación), un código para comprender el universo visible e invisible (correspondencia), la adquisición del conocimiento sobre la base de niveles (transmutación), una valoración positiva hacia los elementos de diversas religiones (concordancia) y el trasvases de las enseñanzas esotéricas a los iniciados (transmisión). Ejemplos de espiritualidades esotéricas serían la Antroposofía, la Teosofía, el Rosacrucismo, la Masonería, la Kabbalah y el espiritualismo. Por su parte, las espiritualidades seculares hacen alusión a la espiritualidad fuera de cualquier contexto religioso. En ese sentido, es posible hallar espiritualidades que se desprenden de las diversas ciencias o saberes humanos como la filosofía, la psicología, la ciencia, las artes o la teoría de género. Así, por ejemplo, el Confusianismo sería una espiritualidad filosófica; los programas basados en “12 pasos”, como es el caso de la Asociación de Alcohólicos Anónimos, podrían considerarse una espiritualidad que se desprende de la psicología; el pensamiento de Teilhard de Chardin puede considerarse como una propuesta de espiritualidad basada en la ciencia; mientras que el ecofeminismo podría considerarse, asimismo, una espiritualidad que se desprende del enfoque de género (Sheldrake, 2012).

Un segundo elemento de la espiritualidad está íntimamente relacionada con la etimología de esta palabra. En efecto, el término “espiritualidad” tiene un origen cristiano-occidental, ya que proviene del latín “spiritualis”, una palabra utilizada para traducir el término bíblico “pneumatikos”, que significa “espíritu”. En la tradición bíblica, ser espiritual significa vivir según la influencia de la divinidad, en oposición a lo “carnal” o “natural”, que implica vivir una vida centrada en la satisfacción de uno mismo (1 Co: 2: 14-15). Así, aunque “espiritualidad” es un concepto contemporáneo, conserva sin embargo este sentido primigenio (Sheldrake, 2012; APA, 2007; Mcfarland, Fergusson, Kilby y Torrance, 2011).

Precisamente desde la perspectiva de su puesta en acción, la espiritualidad puede clasificarse en varios tipos: ascética, mística, práctico-activa y crítico-profética. Es ascética cuando involucra algún tipo de entrenamiento o disciplina con el fin de ser mejor (es el caso de la oración y el ayuno). Es mística cuando plantea algún tipo de experiencia personal con lo trascendente con efectos transformadores (un ejemplo es la glosolalia). Es práctico-activa cuando pretende hallar lo trascendente en la existencia cotidiana (por ejemplo, el ejercicio de la solidaridad). Finalmente, es crítico-profética cuando orienta su significado hacia la búsqueda de justicia social (es el caso de la abolición del apartheid en figuras religiosas como Gandhi y Martin Luther King Jr.) (Sheldrake, 2012).

El tercer elemento de la espiritualidad es el conjunto de creencias asociadas a las realidades de la vida. Si definimos las creencias como representaciones acerca de la realidad, la espiritualidad comprende creencias que van más allá de la biología o de la constitución física del universo. Toda espiritualidad postula, por tanto, una comprensión metafísica de la realidad o de alguna parte de ella. Ello no debe llevarnos a pensar que la espiritualidad está reñida con la racionalidad. No es necesariamente así, por un lado, porque existen espiritualidades seculares que postulan creencias metafísicas sobre la base de la especulación racional; creencias que, si bien no están comprobadas, tampoco pueden ser negadas. Por otro lado, porque desde filosofías que postulan un concepto más amplio de racionalidad, resulta legítimo optar por creencias que podrían ser reales y, además de ello, necesarias y significativas para nuestras vidas (James,2009). Puesto que los seres humanos no pueden explicar todos los misterios de la realidad, existe una amplia libertad para la creatividad y la especulación que las diversas espiritualidades buscan cubrir con sus propios sistemas de creencias.

2. Religión y espiritualidad

Los tres elementos expuestos sintetizan el concepto de espiritualidad. No obstante, conviene establecer la diferencia entre religión y espiritualidad, ya que se trata de dos fenómenos distintos. La religión supone un conjunto de ritos, tradiciones, creencias, teologías e instituciones que interpretan la voluntad divina y que son adoptados por una comunidad. La espiritualidad, por el contrario, está referida a un estilo de vida individual, en el que la persona gestiona sus relaciones con lo sagrado (Worthington y Sandage, 2002; Fuentes, 2018). El factor diferencial se encuentra, por tanto, en la esfera individual que si bien puede recibir influencias de la religión, no siempre es así. En ese sentido, es posible hallar tres formas de relación entre religión y espiritualidad. Así, es posible: a) pertenecer a una religión, pero carecer de espiritualidad, b) seguir una religión, y poseer una espiritualidad, o c) carecer de una religión, pero tener una espiritualidad. En consecuencia, la espiritualidad es un fenómeno mucho más personal, amplio y dinámico que la religión. Personal, porque puede haber personas espirituales, pero no religiosas. Amplio, porque la espiritualidad trasciende la religión, para extenderse a esferas o identidades seculares. Dinámico, porque resulta más sencillo para las personas incorporar elementos de diversas espiritualidades en la configuración de su identidad en comparación con la poca flexibilidad de los sistemas religiosos para hacer ese tipo de cruces.

3. Espiritualidad cristiana

Corresponde hacer una breve mención a la espiritualidad cristiana. Esta, al igual que cualquier otro tipo de espiritualidad, se caracteriza por una serie de rasgos: pluralidad, fidelidad a su mensaje original (ortodoxia) y dinamismo. La pluralidad opera al interior de la religión cristiana como un hecho: así, por ejemplo, si bien existe una espiritualidad católica y otra protestante, es posible advertir que dentro de cada una de estas confesiones es posible hallar una multiplicidad de espiritualidades como los jesuitas, los franciscanos y el Opus Dei (en el caso del catolicismo) o metodistas, pentecostales y neocarismáticos (en el caso del protestantismo). 

Otro rasgo es que la espiritualidad cristiana está delimitada por su adscripción a la religión cristiana, de modo que en ella la espiritualidad de los individuos se ve profundamente influenciada por una ortodoxia determinada por la revelación (la Biblia), una tradición histórica o diversos sistemas teológicos (católicos, protestantes u ortodoxos, por citar algunos ejemplos). Pese a la imposibilidad de que las distintas espiritualidades coincidan en un único concepto de ortodoxia, lo que caracteriza a las espiritualidades cristianas es su pretensión de ser parte de ella. 

Por último, no debemos olvidar que la espiritualidad cristiana es también dinámica. Esto significa que la tendencia a incorporar elementos no cristianos en las espiritualidades cristianas resulta ser algo inevitable. Así, por ejemplo, es el caso de una persona que puede considerarse perfectamente evangélica, pero con mentalidad científica, practicante de yoga, que tiene una ética kantiana y que se persigna antes de comer. Así pues, aunque los límites entre las espiritualidades cristianas y no cristianas puedan ser a veces objeto de discusión teológica, en el plano ético-político deberán ser aceptadas y toleradas para una sana convivencia en democracia.

4. Espiritualidad o religión: ¿qué va primero?

Finalmente, quisiera llamar la atención sobre la importancia de los tres conceptos que he definido en este artículo (espiritualidad, religión y espiritualidad cristiana). Considero que gran parte del sentido de insatisfacción y malestar hacia la religión (sea que este provenga de creyentes o no creyentes) se debe a que muchos creyentes -en especial las autoridades eclesiásticas- están obviando esta diferencia conceptual. En efecto, aunque la espiritualidad es más esencial para la vida de las personas, muchas congregaciones insisten en priorizar la dimensión religiosa de sus propias comunidades, intentando amoldar la espiritualidad a los dogmas, las formas y las dinámicas institucionales de cada iglesia. La pregunta es si esto no supone un empobrecimiento de la espiritualidad, la cual se ve ahogada, en muchos casos, por el dogmatismo, la burocracia y la toma de decisiones basada en una jerarquía autoritaria, antes que en la expresión libre, abierta y horizontal entre los iguales. La propuesta, por tanto, para una reforma de la religión que libere todo su potencial para beneficio del género humano es la inversa: la posibilidad de que sea la espiritualidad cristiana la que dirija la dinámica institucional y efectúe los consensos hermenéuticos que la iglesia debe adoptar para afrontar los desafíos actuales de la secularidad.


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El Eremita

Blog sobre religión, para una reforma de lo religioso en contextos plurales y secularizados