AMOR POR EL COMPAÑERE

Publicado: 2021-09-05

Si una mujer casada me pide que le diga “señorita”, sencillamente, por consideración a ella, le llamaré señorita. Por supuesto que, mentalmente, estoy seguro de que lo propio, lo convencional, lo culturalmente objetivo, es que es una señora, y hasta decirle señorita puede parecerme un poco ridículo. Pero por amor a su humanidad, por consideración a sus sentimientos, por respeto a su propia subjetividad, opto por llamarle “señorita”.

Tuve un compañero de escuela al que todos en el colegio le decían “chato”. Una vez, platicando con él a solas, me dijo que este apodo no le gustaba y que prefería que le llame por su nombre. Nunca se me hubiera ocurrido darle la contra pensando que, objetivamente, era una persona de baja estatura o alegando que hay mucha gente a la que se le dice “chato” y no se ofende. Pero por respeto a él, por consideración a sus sentimientos, al comprender que eso era algo que le hacía daño, decidí hacerle caso y llamarlo por su nombre.

Tengo muchos amigos evangélicos que prefieren que les llame “cristianos”. Personalmente, siempre he creído que el término es confuso. Si usamos el término con precisión, cristianos lo son varios: católicos, protestantes y ortodoxos. Lo claro, lo objetivo y lo preciso es llamarles evangélicos porque realmente lo son. Sin embargo, estos amigos míos se sienten más cómodos si los llamo cristianos. ¿Me negaré a llamarlos así porque quiero ser fiel a mi precisión conceptual? De ningún modo. Por amor a su identidad personal, por consideración a sus sentimientos, los llamaré cristianos, porque así desean ser reconocidos.

Tengo una amiga muy cercana que tiene una discapacidad. Sé, por cercanía hacia ella, que detesta que se le califique como una persona como tal porque así se siente menos que los demás. Por ello, en la cercanía de nuestra amistad, me ha dicho que le alegra que la trate como si su discapacidad no existiera. ¿Debería hacerle caso? Por supuesto que sí. ¿Sería correcto que le diga a ella que prefiero referirme a ella o tratarla como una persona con discapacidad aunque me haya pedido que no lo haga así? No lo es, porque por amor a su persona, por consideración a sus más profundos sentimientos, escojo tratarla como ella me lo pide.

Al igual que los casos anteriores, hoy en día hay personas que no se sienten cómodas con el calificativo de “hombre” o “mujer”.

Desde el punto de vista de estas personas, la naturaleza humana no debería encuadrarse en solo dos conceptos porque, de ser así, siempre tenderemos a estigmatizar a aquellas personas que no calcen con lo que se espera de un hombre o lo que se espera de una mujer. De ahí que ellas prefieren que las llame de manera neutra con una “e”, que les diga “compañere”. Por haber estudiado el tema, comprendo su punto de vista, aunque tengo aún razones para conservar una concepción binarista del género. Sin embargo, ¿qué es lo que me manda el amor cristiano?, ¿no es acaso el hacerme al otro como Cristo se hizo a los seres humanos para morir por ellos (Fil 2:5-8; Jn 3:16)? ¿No significa acaso que, aunque discrepe de su visión del mundo, les llame de la manera en que se sientan mejor reconocidos, amados y autoidentificados por la sencilla razón de que así me gustaría que hiciesen conmigo (Mt 7:12)?

Por eso no me disgusta usar la “e”, o la “x” o la “@”, porque al usarlos solo reafirmo la suprema doctrina del cristianismo por la cual vivo y creo: el amor. Desde el punto de vista del evangelio, ni siquiera la discrepancia puede superar al amor por el prójimo. Ni la cita de mil versículos bíblicos supuestamente referidos a la homosexualidad o a la “ideología de género” pueden negar la doctrina sin la cual la letra de la Biblia es nada: el amor, del cual, según enseñó el maestro, depende toda la ley y los profetas (Mt 22:40).


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El Eremita

Blog sobre religión, para una reforma de lo religioso en contextos plurales y secularizados