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Apuntes importantes acerca de la ordenación femenina

Publicado: 2023-01-11

Jesús y las mujeres

El Reino predicado por Jesús cuestionó abiertamente el orden simbólico de su tiempo, que consideraba a las mujeres como inferiores y las relegaba al ámbito doméstico. Así, por ejemplo, en lo que se refiere a los códigos de honor y vergüenza, Jesús habla con una samaritana (Jn 4); era acompañado por mujeres durante su ministerio público (Lc 8:1) y escoge a los primeros testigos de su resurrección a las mujeres (Lc 24:1-12). En lo referido a los códigos domésticos, Jesús plantea un nuevo modelo de familia, no determinado por los lazos sanguíneos ni amicales, sino por las relaciones fraternas. Así, Jesús desconoce a su familia de sangre para referirse al círculo de discípulos y discípulas como su verdadera familia (Mc 3,31-35). Con relación a las mujeres, Jesús se muestra en contra de las instituciones patriarcales que las dejan en el desamparo, como es el caso del repudio por cualquier causa (Mt 19:3-12). En lo que concierne a los códigos de pureza, Jesús come a la mesa con publicanos y prostitutas, toca y sana a los leprosos y se deja ungir los pies por una mujer que se dedicaba a la prostitución (Lc 7,36-50). Posteriormente, la incorporación de las mujeres a la asamblea cristiana, contrastaba fuertemente con las limitaciones que tenía la mujer judía para participar del culto religioso.

El cuestionamiento cultural que plantea Jesús a las limitaciones de las mujeres de su tiempo, si bien obedece a un contexto determinado, plantea la posibilidad de erigirse como un principio hermenéutico que busca la igualdad entre hombres y mujeres aplicable a las nuevas situaciones históricas concretas.

Textos bíblicos sobre el liderazgo de la mujer en la iglesia

En la medida que con el transcurrir del tiempo la iglesia se institucionaliza, se empiezan a formalizar ciertas labores desempeñadas por los creyentes y, en especial, por las mujeres. Así, se utiliza el título de apóstol para referirse a Junia (Rom 16,7), quien pertenecía al primer grupo de misioneros y misioneras itinerantes, incluso antes que el mismo Pablo, y era una judía.

Se hace alusión a mujeres “colaboradoras” (synergos) como Priscila, Evodia y Síntique, mujeres comprometidas con la predicación misionera, como también María (Rom 16,6), Trifena y Trifosa o Pérside (Rom 16,12), que son designadas con una terminología particular (kopian: «paciente y duro trabajo»). El término synergos no se utiliza para referirse a los creyentes en general (1 Co 3:9; 1 Tes 3:2; Ro 16:3-9; 1 Tes 3:2; Ro 16:21; Fil 2:25; Fil 24; 2 Co 1:24; 8:23). Priscila, en particular, es una mujer que enseña, incluso a varones (Hech 18:24-26), lo que no se condice con el mandato de no enseñar de las mujeres en 1 Tim 2:11,12.

También se habla de mujeres diáconos. Es el caso de Febe en Ro 16: 1ss. Filipenses 1:1 sugiere entender el término diakonos como una función asignada que incluía no sólo tareas caritativas, sino también de predicación. También es probable que en 1 Tim 3:11 se aluda a mujeres diácono, debido a que la alusión a estas mujeres se interpola en la lista de los requisitos a los diáconos varones.

Existían también profetisas. 1 Cor 11,5 permite inferir la existencia de tales en las asambleas. En Ap 2,20-23 se alude a una profetiza que se ha desviado de la doctrina cristiana, aunque no cuestiona el hecho de que profetice ni la legitimidad de su posición. Las profetizas participaban en la enseñanza de la asamblea comunitaria (l Cor 14,26), como se infiere de las críticas de Pablo (l Cor 14,33-36). Igualmente se alude a las cuatro hijas de Felipe que profetizaban (Hech 21:9).

La Biblia no menciona a mujeres en el cargo de obispas o presbíteras. Las cartas pastorales limitan esas funciones a los varones, pero, en 1 Timoteo 2 en particular, existe un contexto particular: algunas mujeres parecen “ejercer dominio sobre el varón” (1 Tim 2:12), alterando así el orden de la comunidad. En 1 Tim 5:13 se describe a las mujeres como ociosas, chismosas y entremetidas. En 2 Tim 3:6 se dice que las mujeres reciben en sus casas a los falsos maestros y aprenden de ellos. Todo esto nos habla de un contexto particular en el que algunas mujeres de la iglesia han empezado a entrar en conflicto con el orden de la comunidad. Es imprescindible notar que el ejemplo de Jesús, así como los pasajes bíblicos que hablan del liderazgo femenino, son mucho más abundantes que los pasajes restrictivos hacia las mujeres.

La ordenación de las mujeres en la historia

Las referencias a la Escritura deben ser complementadas por los testimonios históricos de mujeres que han sido ordenadas. El texto Mujeres ordenadas en la Iglesia primitiva. Una historia documentada, escrito por Mandigan y Osiek (2006), compila todos los testimonios históricos de mujeres diaconizas y presbíteras en la Historia de la Iglesia. Aquí les echamos un vistazo.

Como diaconisas

Ya en el primer siglo se cuentan con 61 inscripciones pertenecientes a la iglesia de oriente, y cuatro de occidente, de mujeres diáconos conocidas; además de cuarenta referencias literarias de oriente y cuatro de occidente de mujeres que ejercieron el diaconado. En el siglo II, alrededor del 110 d.C., una carta de Plinio el Joven dirigida al emperador Trajano en razón de algunas revueltas populares en el Asia Menor (Bitinia), da testimonio de dos “ministras”, término latino para hablar de diácono:

“Intenté por todos los medios arrancar la verdad, aun con la tortura, a dos esclavas (ancillae) que llamaban servidoras (ministrae). Pero no llegué a descubrir más que una superstición irracional y desmesurada.” (Plinio el joven, Cartas X, 96).

El diaconado femenino se extenderá en los siguientes siglos, pero entre los siglos VII y XII entrará en decadencia hasta llegar a su desaparición. Las razones que se aducen son varias: el cambio de las reglas litúrgicas sobre el bautismo y surgimiento las concepciones relacionadas con el sacramentalismo cúltico, que atribuía contaminación a la menstruación y a la sangre del parto, por lo que asoció la pureza a los varones y la impureza a las mujeres, algo que también se utilizó mucho para impedir el oficio de mujeres presbíteros. De igual manera, la relegación de la mujer a la vida doméstica, sobre todo en occidente, contribuyó al cambio.

Como presbíteras y obispas

Las alusiones a mujeres “presbíteras” (del griego “ancianas”) a lo largo de la historia de la iglesia son escasas comparadas con las menciones a las diaconizas. Tratándose de la iglesia de oriente, diversas inscripciones dan cuenta de su existencia. Es el caso de la inscripción funeraria de la presbítero Ammion del siglo III (se duda si pertenecía a los montanistas o a la ortodoxia). También, una mujer presbítero llamada Artemidora (siglo II o III) y otras en Epikto y Kalé (Sicilia siglo IV o V). También, en el siglo IV, es posible hallar otros testimonios, como el canon 11 del Concilio de Laodicea y por parte del Padre de la Iglesia Epifanio. Ambos testimonios condenan el establecimiento de mujeres presbíteros. Por su parte, los Hechos de Felipe y el Martirio de Mateo dan cuenta de su existencia.

En lo que respecta a la iglesia de occidente, la mayoría de testimonios se oponen a la ordenación de las mujeres. Tal es el caso de Tertuliano, Cipriano y Agustín. También el Primer sínodo de Zaragoza (380 d.C.) y el Sínodo de Nímes (294 d.C.), rechazan la ordenación de mujeres. Igualmente procede el Papa Gelasio I, en una carta dirigida a los obispos del sur de Italia (494 d.C). También, una carta escrita por tres obispos galos rechaza la dirección de la eucaristía por parte de las mujeres (511 d.C.). Ocurre lo mismo con el Canon de Fulgencio Ferrando de Cartago (quien falleció en el 547), cuya compilación de cánones eclesiásticos proscribe la ordenación femenina. Igualmente una colección de cánones de finales del siglo VI, compilado por Genadio de Marsella, también rechazaba dicha práctica. La carta de Atto, obispo de Vercelli, a Ambrosio el sacerdote, contrasta sin embargo, con los testimonios anteriores. Este documento, del siglo X, tiene por propósito responder una consulta acerca del significado de los términos presbytera y diácono en los cánones antiguos. Atto era de la opinión que había mujeres presbíteros que predicaban, lideraban y enseñaban, pero que dicha práctica fue prohibida después por la iglesia.

Paradójicamente, la oposición de muchos de los padres de la iglesia a la ordenación femenina juega en favor de su realidad: aunque su práctica resultaba debatible, ello solo confirma que el sacerdocio femenino existió desde antiguo y que los diversos cristianismos lo permitieron.

En lo que respecta a las inscripciones funerarias, también estas acreditan la existencia de mujeres presbíteras e, incluso, de obispas. Es el caso de la Epískopa (obispa) Q, en una lápida de mármol del cementerio de la basílica de San Pablo en Roma, de finales del siglo IV. La inscripción de Leta la presbítera, del siglo IV o V; de Marcia, de finales del siglo IV o principios del V; de Flavia Vitalia, datada en el 425 d.C. Se habla de una sacerdota de Solin (siglo V) y de Guilia Runa, presbítera de Hipona (posterior al 431 d.C.).

En síntesis, puede señalarse que la existencia de mujeres diaconisas y presbíteras era una realidad en la Historia de la Iglesia. El lugar de los liderazgos femeninos dentro de la iglesia no puede juzgarse desde criterios estrictamente dogmáticos o bíblicos, sino que debe tomar en cuenta los factores sociales y culturales que han pesado sobre la iglesia a lo largo del historia, lo que incluye los prejuicios hacia lo femenino en el mundo antiguo y medieval.

Algunas valoraciones teológicas en torno a la ordenación femenina

• Si bien la Biblia no se hace alusión a mujeres presbíteras, la historia sí da cuenta de su existencia.

• Debemos tomar en cuenta que la cuestión decisiva no es “¿Qué dice la Biblia sobre lo que debemos hacer?”, sino “¿cómo podemos aplicar los principios del evangelio ante las situaciones nuevas de hoy”. Se trata, por tanto, de una decisión que implica una posición activa de la iglesia y no una actitud pasiva que espera encontrar respuestas ya escritas. Sería un error pensar que el silencio bíblico o las ambigüedades de la información histórica deben llevarnos a prohibir la ordenación de las mujeres.

• Es preciso evitar justificaciones inconsistentes. Quienes afirman que “los líderes eclesiales deben ser hombres porque Jesús fue hombre”, deben considerar también que Jesús fue célibe y fue también judío y, sin embargo, no por ello los creyentes pretendemos imitar su conducta sexual o sus prácticas judías. Por otro lado, la falta de consistencia también se refleja en posturas negacionistas que pretenden establecer divisiones radicales entre lo secular y lo sagrado. Así, se ha señalado que: "...sería algo curioso que la Iglesia, que quiere ser de Cristo y dar testimonio de él, creyera deber suyo invertir este cuadro bíblico (la igualdad entre el hombre y la mujer) y dijera a sus fieles: "en los asuntos del mundo podéis aceptar la emancipación, y ante Dios no hay hombre ni mujer; pero en la vida de la Iglesia y en su trabajo esto no es así". Entonces habría que llegar a afirmar: "en el mundo, hoy ya no hay esclavos, los hombres son libres, pero en la Iglesia eso no debe ser así...".” (Begley y Ambruster 1971).

• Debemos advertir que actualmente existe cierta “doctrina de la complementariedad” que ha sido utilizada para justificar la subordinación de la mujer. Según está “doctrina”, hombres y mujeres son iguales en dignidad, pero poseen diferencias según el orden natural y querido por Dios. Ello hace que se predique la igualdad, pero sobre la base de la “complementariedad”, de modo que se asignan determinados roles a los varones y otros distintos a las mujeres. No obstante, es preciso reconocer que muchas de las “diferencias” en que se basa la complementariedad justificaron en el pasado el veto femenino a posiciones de liderazgo (como la mayor susceptibilidad al engaño -ya presente en 1 Tim 2:14-, menores capacidades racionales, mayor tendencia al pecado, etc.). Hoy estas diferencias carecen de todo sustento. Hoy por hoy, los estudios científicos nos enseñan que las diferencias entre hombres y mujeres, si bien existen, no son de tal entidad como para que pueda decirse que unos pueden liderar mejor que otros. Lo más realista parece ser, más bien, que las diferencias existen dependiendo del individuo que se trate y no por el hecho de ser hombre o mujer.  

• La interpretación de pasajes que aparentemente restringen (1 Tim 2:11,12) la ordenación de las mujeres no solo debe leerse a la luz de los estudios socioculturales que nos llevan a identificar qué tan influenciado estuvo el autor bíblico por los cánones culturales y patriarcales de su época, sino que también nos permite identificar con más precisión el carácter “revelado” del mensaje divino. En efecto, un indicio del carácter divino e inspirado de la Palabra bíblica es precisamente su carácter novedoso y liberador, que va a contracorriente de los sistemas humanos convencionales. Así pues, si reconocemos el Reino predicado por Jesús como un mensaje divino, lo es porque constituye una buena noticia para los grupos marginados y porque posee un carácter contracultural que, en el caso de las mujeres, aboga por su trato en igualdad. Si el mensaje evangélico fuese el mismo que el de los cánones culturales patriarcales, ¿cómo podríamos entonces atribuirle un carácter revelado? Esto es lo que debería llevarnos a superponer el principio de igualdad que aparece en Gálatas 3:28 por encima de los pasajes que hablan del silencio de las mujeres.


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El Eremita

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