Historia de un libro prohibido: la Biblia de la mujer
En el año 1895, fue publicada La Biblia de la mujer, uno de los libros más populares y controversiales de la era victoriana. La obra fue escrita por 26 mujeres entre las cuales, Elizabeth Cady Stanton, activista estadounidense por los derechos de las mujeres y una de las principales líderes del movimiento sufragista, figuraba como autora principal.
El libro traslada al terreno de la religión el cuestionamiento que, en el ámbito social y político, venían efectuando los movimientos de mujeres a la inferioridad de la mujer. Así, pregunta nuestra autora en la introducción de la obra: “Si la Biblia apunta a la igualdad de la mujer, ¿por qué la iglesia se niega a ordenar mujeres para predicar el evangelio, para ocupar el cargo de diáconos y ancianos, para administrar los sacramentos, o para admitirlas como delegadas de Sínodos, Asambleas generales y Conferencias de diferentes denominaciones?”. Se trata de un cuestionamiento serio a toda persona que se precie de creer en el texto sagrado, como seria es la situación de marginalidad que sufre la mitad del género humano.
“¿Las enseñanzas de la Biblia han impulsado o retrasado la emancipación de la mujer?, ¿ellas han dignificado o degradado a las madres de la raza humana?”, interroga Cady Stanton a las lectoras de su obra con preguntas perfectamente aplicables a nuestros días. La respuesta no es sencilla. Si respondemos que la Biblia ha favorecido a las mujeres, ¿cómo explicar los pasajes bíblicos que aluden a su inferioridad y cómo justificar la desigualdad de trato dentro de la iglesia? Por el contrario, si respondemos que la Biblia justifica la desigualdad de la mujer porque eso es parte del orden divino, ¿cómo predicar a un Dios de justicia, amor e igualdad dentro y fuera de la iglesia? De esta manera, la cuestión de la mujer en la Biblia deja de ser un mero problema interpretativo para convertirse en una cuestión medular acerca de la manera en que los creyentes concebimos la “voluntad divina”. ¿Es la letra el único criterio que tenemos para captar dicha voluntad o, por el contrario, se trata de un criterio insuficiente cuyo riesgo es la justificación de acciones contrarias a la dignidad humana y al amor cristiano? Este cuestionamiento es precisamente lo que convierte a la Biblia de la mujer en una obra vigente, en un clásico de la teología.
El libro se propuso examinar solo aquellos pasajes de las Escrituras referidos directamente a las mujeres y en los que estas eran excluidas. Para ello, la obra se valió de los avances exegéticos aportados por la crítica moderna. La primera parte de la obra fue publicada en 1895 y presentó los comentarios al Pentateuco. La segunda parte se publicó en 1898 con los comentarios al resto del Antiguo Testamento y también del Nuevo. Por esta razón, el texto se compone de comentarios bíblicos, todos muy escuetos y escritos en un lenguaje sencillo, al punto que parecen esconder la enorme erudición detrás de su producción. En efecto, la obra contó con helenistas y hebraístas para la traducción de los textos bíblicos, con especialistas en historia y manuscritos antiguos, mientras que los comentarios estuvieron a cargo de un comité compuesto por treinta miembros mujeres, dos editores y un comité consultivo para la revisión de todo el conjunto. Quizá este sea uno de los sentidos que se desprenden del título de la obra: la Biblia de la mujer fue creada exclusivamente por mujeres. Razón probable por la que, debido a los prejuicios de la época, su valor académico nunca fuese reconocido por los especialistas en la materia, todos ellos hombres.
¿Qué respuestas ofrece la obra sobre la forma en que las Escrituras se refieren a las mujeres? Podemos rescatar cuatro ideas centrales. En primer lugar, que si bien hay pasajes que reivindican ciertos derechos y cierto valor a la mujer, lo cierto es que la Biblia predica la inferioridad de las mujeres: “Esta idea de la subordinación de la mujer se repite una y otra vez, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, y es la base de toda la acción de la Iglesia”, señala nuestra autora en el prefacio a la segunda parte de la obra. Para Cady Stanton, la inferioridad de la mujer es, incluso, más explícita en el Nuevo que en el Antiguo Testamento, debido a los textos atribuidos a Pablo de Tarso.
La segunda idea aborda un efecto derivado de la primera: debemos aceptar la influencia que tiene la Biblia en una cultura que trata a las mujeres como inferiores. Así, señala nuestra autora en el prefacio a la segunda parte de la obra: “Estos conocidos textos son citados por los clérigos en sus púlpitos, por los estadistas en las salas de legislación, por los abogados en los tribunales, de ellos se hace eco la prensa en todas las naciones civilizadas y son aceptados por la propia mujer como "Palabra de Dios. Tan pervertido está el elemento religioso en su naturaleza, que la fe y las obras de las mujeres son el principal apoyo de la iglesia y el clero, los mismos poderes que hacen imposible su emancipación.”. Se trata de palabras duras, pero que corroboran una realidad que impide soslayar el problema. De ahí que para Elizabeth Cady Stanton no sea posible separar la cuestión política de la cuestión religiosa, ya que las reformas que deben realizarse para lograr la igualdad y liberación de las mujeres, aunque se den en distintos ámbitos, son siempre interdependientes.
El tercer aporte alude a la actitud de los creyentes frente a la inferioridad de la mujer respaldada por el texto bíblico. Nuestra autora resume estas actitudes señalando que unos creerán que la Biblia es inspirada por Dios, por lo que la seguirán al pie de la letra, aún si ello justifica la inferioridad de las mujeres; otros aceptarán que la Biblia no es inspirada por Dios, sino que proviene de hombres que se equivocaron en sus juicios sobre la mujer, contribuyendo así a su liberación; mientras que otros dudarán y no llegarán a conclusión alguna, pero permanecerán bajo la influencia de los líderes de las iglesias que se oponen a la liberación femenina y al abolicionismo de la esclavitud para que no sean amenazados los fundamentos del orden social. Nuestra autora asumirá la segunda opción, rechazando la doctrina de la inspiración bíblica y reconociendo este como el único punto de discrepancia que la aleja de la iglesia. Esta fue la razón por la que el propio movimiento sufragista prefirió desligarse de todo vínculo con el libro, como así lo da cuenta la votación de la vigésimo octava convención de la Asociación Nacional Estadounidense de Mujeres Sufragistas de 1896. Aunque la opción de Elizabeth Cady Stauton no podría hoy ser aceptada por las iglesias cristianas, es necesario recalcar su búsqueda de una postura consistente. No podría existir coherencia entre la palabra y la vida que conciernen a la fe si los creyentes predicasen y avalasen la igualdad de la mujer para la sociedad, pero no dentro la iglesia.
Esto nos lleva a la cuarta idea central que rescatamos de la Biblia de la mujer. ¿Qué hacer con los pasajes bíblicos que denigran o predican la inferioridad de las mujeres? Es curioso advertir que, aunque Cady Stanton niega la inspiración bíblica, mantiene un respeto profundo por Jesús de Nazareth, continúa sosteniendo su creencia en Dios a quien define como el gran “Espíritu de Todo Bien” y sugiere la búsqueda de una religión más racional, en la que la Biblia deje de convertirse en un fetiche, y en la que podamos quedarnos con las enseñanzas buenas que hay en ella y rechazar las malas.
Estas intuiciones pueden ser muy valiosas para las iglesias y los creyentes de hoy. Aun manteniendo nuestra creencia en la inspiración bíblica, podemos aceptar que el criterio de verdad no puede ser únicamente la letra de la Biblia. Jesús no solo apeló a la Escrituras para validar su mensaje, sino también a la vida que generaba su actuar en los demás (Mt 11:2-5; Lc 6:15-20; Jn 10:37,38; etc.). Oponer la letra a la generación de la vida parece aproximarse más a la religión de los fariseos que a la de Jesús.
Por otra parte, si asumimos que la inspiración bíblica está mediada por la cultura humana, no es extraño afirmar que mucho de lo que hay en la Biblia refleja aquella parte de la cultura que preexistía antes de que esta fuese escrita, por lo que hay que tener cuidado con endiosar, no las enseñanzas de la Biblia, sino la cultura de los tiempos en los que la Biblia fue escrita. En todo caso, el esclarecimiento de un método hermenéutico (interpretativo) para lidiar con aquellos pasajes contrarios a la dignidad de las mujeres será uno de los principales objetivos de la teología feminista, cuyos aportes hemos de presentar en otra oportunidad.