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El jardín de Dios: una teología cosmológica

Publicado: 2023-10-16

El libro de Alejandro García-Rivera propone una teología cosmológica. Esta consiste en repensar la forma en que comprendemos y vivimos en el cosmos. En ese sentido, si bien la cosmología ha sido una disciplina casi exclusiva de las ciencias y de la filosofía metafísica, no debe ser dejada de lado por la teología. Consecuentemente, según infiero de la propuesta de García-Rivera, una teología cosmológica puede ayudar a dotar de sentido al cosmos con los recursos que ofrece la tradición cristiana, superando así una visión netamente materialista de la realidad. Este sentido es necesario porque aún carecemos de respuestas a las grandes preguntas y problemas relacionadas con nuestra relación con el cosmos: el origen del sufrimiento, el desastre ecológico, la descomposición del tejido social y la dicotomía entre sagrado y profano.

Creo que la gran intuición de García-Rivera consiste en mostrarnos que la teología tradicional no puede resolver estas preguntas y problemas que nos afectan, no porque no haya tenido la intención de hacerlo, sino porque no ha elevado su reflexión al todo. Para lograr esa reflexión, García-Rivera plantea tres cosas, a manera de prolegómenos para el desarrollo de una cosmoteología futura: un nuevo método teológico, la experiencia estética como punto de partida para comprender el cosmos y la construcción de una utopía.

En cuanto al método, este consiste en relacionar la teología con la ciencia, de modo que la teología incorpore los aportes científicos en la construcción de su discurso. García-Rivera incorpora el concepto de interlacing (utilizado por el filósofo Charles Sanders Peirce) para describir este método en el que la intersección entre la teología y lo que dicen otras ciencias y saberes es lo que permite un conocimiento mayor. Pero dicho entrecruzamiento no es arbitrario. Para ser válido debe contribuir a integrar las partes en lo que Christopher Alexander ha llamado “centros”, en el que las piezas de las distintas tradiciones y saberes integran una unidad coherente y armónica. Precisamente, esta armonía no es solo cognitiva o abstracta, sino que su principal señal es provocar la conmoción personal (y colectiva), la experiencia estética, el arrobamiento que provoca el regocijo de contemplar lo bello, la “aesthetic insight”. El autor pone como prototipo de este método a la teología de Teilhard De Chardin. Pero solo lo propondrá como un adecuado punto de partida, toda vez que identifica ausencias en su propuesta que demandan necesarios desarrollos en cuanto a su cristología, su neumatología y en cuanto a su desarrollo de lo bello.

La experiencia estética de la que habla “The garden of God”, sin embargo, no está desligada de la teología. Lo bello no se queda en la simple experiencia del gusto o en las definiciones formales modernas de estética, que aluden a la unidad y la simetría. Hay una belleza en los seres creados cuando observamos los patrones y la evolución de las formas que hacen posible y patente la vida. Esta suerte de revisión conceptual de lo canónicamente considerado como belleza extraída de las ciencias debe ser recogido por la teología. Desde una perspectiva teológica lo bello lo es también porque es bueno y útil para la vida. Más aún, el creyente es capaz de ver lo bello en lo convencionalmente asumido como feo (la belleza del rostro de un Cristo desfigurado, por ejemplo) si es capaz de generar vida en abundancia (Jn 10:10). Apelar a lo bello, es necesario precisarlo, tiene cierta ventaja epistemológica en contextos postmodernos: la propuesta cristiana haya su legitimidad no en las razones o las evidencias, sino en la exultación de quien experimenta sus acciones e interpretaciones. El cristianismo es también (debería serlo) verdad estética.

Finalmente, la construcción de una utopía esta presente en la idea del Jardín. El jardín no se hace a sí mismo, es una creación artística intencional. El Jardín no implica la vuelta al Edén ni sucreación debe seguir los patrones de la sociedad de consumo. De la misma manera en que el “reino de Dios” en los evangelios o “la ciudad de Dios” en Agustín, el jardín de Dios es horizonte utópico que nos comprometemos a construir. La construcción del jardín implica, sin embargo, una “disciplined spiritual technology”. Esta consiste en la identificación de “centros” a la hora de poner la tecnología al servicio de la vida (lo que implicará una necesaria experiencia estética). Se trata, en otras palabras, de la construcción de una sociedad en las que todas las formas de vida se entrelazan para formar una unidad viviente, armónica, bella.


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El Eremita

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