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La lógica del Viernes Santo

Publicado: 2024-03-29

Me impresionan los múltiples sentidos con que la cruz puede iluminar mi ser interior. Lo sé, lo sé, siempre causará extrañeza celebrar una muerte cruenta. No en vano y desde antiguo se ha dicho que la palabra de la cruz es, para los sabiondos de este mundo, una locura y, para los religiosos, un escándalo. Sin embargo, para quienes vemos la muerte como el hostil rechazo a una vida vivida bajo el amor más radical, es un poder, una sabiduría muy profunda (1 Co 1:22-24).

Yo lo veo así, al menos desde tres sentidos. Un amor radical, coherente hasta el fin, provoca el odio de un sistema que quiere acabar contigo porque vas contra sus intereses (evangelio de Marcos). El mártir, el activista de derechos humanos, el marchante, el profeta, el filántropo, el trabajador social pueden comprenderlo perfectamente porque, en el fondo, hay algo de la cruz en ellos.

Pero además de un rechazo, la muerte puede ser también una entrega. Uno puede amar a los demás al punto de desgastarse, de “vivir muriendo” (1 Co 4:10-12) para incluir a todos, para servirles y ayudarles. No porque alguien nos lo imponga, sino porque no se puede contener en el pecho tanto amor. Hay gente que hace cosas muy malas, es verdad, pero su potencial cambio no se va dar eliminándolas, encerrándolas, criticándolas o alejándonos de ellas, sino mostrándoles a través de una aceptación íntima e incondicional que hay otra manera de hacer las cosas. Como nadie puede hacer esto bien, el cristianismo postula la idea de que Dios ya lo hizo a través del sufrimiento de su hijo (el evangelio de la justificación de Pablo). Hay quienes no pierden el tiempo peleando o vengándose, quienes ayudan sin esperar nada a cambio, quienes ofrecen su compañía y consejo sin interés, por pura gracia. Hay algo de la cruz en estas personas también.

Hay, por último, un sentido adicional. En él, la muerte no es algo que viene después del retiro y las canas, ni algo que viene después de haber vivido bien y sin apuros económicos, sino que es un riesgo latente. Un aprende a asumir riesgos, a vivir al filo de la navaja, a desafiar a los Anases y Caifases que buscan impedir la luz y la vida. No se trata de ser adicto a la adrenalina, sino de caminar con valor bajo la convicción de que el fluir de la existencia favorecerá la causa por la que se lucha aún si se perece en el intento. Se trata de vivir sabiendo que no hay muerte sin resurrección (evangelio de Juan). Cuando el activista haitiano Jean Dominique dijo: “No se puede matar la verdad. No se puede matar la justicia. No se puede matar aquello por lo que luchamos” estaba hablando de cosas que permanecen más allá de la muerte y con ello mostraba que también había algo de la cruz en él.

Soy molestia para el mal, soy entrega para el prójimo, soy audaz porque sé que la muerte no tiene la última palabra. Esa es la lógica del viernes santo.


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El Eremita

Blog sobre religión, para una reforma de lo religioso en contextos plurales y secularizados