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¿Es el cristianismo una religión dogmática?

Publicado: hace 4 horas

Introducción

En este ensayo, analizo si es justo acusar a la religión cristiana de dogmatismo. Según las definiciones más extendidas y autorizadas, el dogmatismo implica asumir como verdades incontrovertibles las afirmaciones o doctrinas profesadas sin tener en cuenta ninguna otra opinión. En ese sentido, toda actitud dogmática reúne conjuntamente dos cosas: la creencia en premisas inmodificables y la exclusión de todo cuestionamiento hacia ellas.

Mi interés en dilucidar si el cristianismo es per se dogmático es doble. Por una parte, la acusación de dogmatismo resulta frecuente por parte de audiencias no religiosas, duramente críticas contra la religión. Así, por ejemplo, Celso, autor romano del siglo II, acusaba a los cristianos de creer ciegamente, ignorando la razón (Celso, p. 63). Por su parte, en el siglo XX, el científico Bertrand Russell afirmaba que la religión, al promover una fe ciega en los dogmas, fomenta el fanatismo, por lo que resulta dañina por naturaleza (Russell p.7). Estamos, pues, ante una objeción clásica que supone, para muchos, una barrera para la creencia.

Por otra parte, tratándose de interlocutores creyentes, para muchos la inmodificabilidad de las creencias resulta una marca esencial de su verdad. Las implicancias de este tipo de postura son de diversa índole, comprendiendo la imposibilidad de reformas dentro de una tradición o denominación, la supresión de voces discrepantes y el rechazo del ecumenismo. No obstante, el dogmatismo de este tipo entra en tensión con el pluralismo que de facto existe entre las iglesias cristianas y el registro histórico de cambios doctrinales o errores que existe en las diversas tradiciones (como es el caso de la esclavitud). La existencia de esta tensión justifica el cuestionamiento del dogmatismo defendido por muchos creyentes.

A continuación, pretendo responder a estas objeciones defendiendo la tesis de que el cristianismo no es per se dogmático (conforme a la definición de dogmatismo que he señalado). Cuando afirmo que el cristianismo no es dogmático “per se” quiero decir que la presencia de versiones dogmáticas en su seno es solo una posibilidad hermenéutica. En ese sentido, es posible identificar otras versiones del cristianismo en el que su sistema de creencias admite cambios y errores, interpretaciones diversas, desarrollos posteriores y, en consecuencia, ofrece la bienvenida a críticos y objetores.

Para defender esta tesis, divido mis argumentos en cuatro partes. En la primera, realizo algunas reflexiones en torno a la revelación, a fin de precisar el concepto de dogma (y de dogmatismo). En la segunda parte, defiendo el rol creativo y complementario de la teología como punto a favor de un sistema de creencias que admite cambios y posteriores desarrollos. En la tercera parte, me valdré de las teorías de la religión formuladas por George A. Lindbeck en su libro The Nature of Doctrine como un argumento explicativo de las versiones dogmáticas y no dogmáticas en el cristianismo. En la última parte, haré una recapitulación de los argumentos anteriores.

1. Dogmas revelados

El cristianismo siempre ha otorgado un lugar privilegiado a las afirmaciones establecidas en la Escritura. Sin embargo, antes de anticiparnos a catalogar dichas afirmaciones como “dogmas” y calificar su aceptación por parte de los creyentes como “dogmatismo”, deseo llamar la atención sobre tres elementos que caracterizan a las doctrinas de la Escritura: su mediación, su interpretación y su aprehensión.

La Biblia es una palabra “mediada”, pues sus contenidos suponen la comunicación de lo divino (revelación), en un lenguaje comprensible mediado por la experiencia humana (el autor inspirado) y el contexto cultural en el que se dio el mensaje (horizonte o mundo de la vida, en términos gadamerianos). En otras palabras, siguiendo a Tomás de Aquino, la Escritura (ley divina) no coincide con la misma Palabra de Dios (ley eterna), ya que esta última es una Palabra mediada por la experiencia y cultura humanas. En consecuencia, existe siempre un desafío exegético en dilucidar si no estamos confundiendo el mensaje revelado con sus mediaciones. Por ejemplo, la Biblia afirma que Dios es mayor que otros dioses (Ex 15:11; Dt 32:17; Sal 82:1 etc). ¿Significa esto que existen otros dioses aparte de YHWH o es que las concepciones politeístas del autor están influyendo en esta afirmación? Otro ejemplo: la Biblia llama a Dios Padre. ¿Es porque Dios realmente tiene sexo masculino o porque la cultura patriarcal de la época tendía a concebirlo como varón? Para Janet Martin Soskice el hablar de Dios en la Biblia responde a un lenguaje metafórico, supone un sistema móvil de símbolos, de modo que hablar de un Dios Padre exegéticamente apela más a la noción de intimidad y amabilidad entre Dios y la humanidad que a la cuestión del tipo de sexo que tiene la divinidad (5). Por tanto, el intérprete debe siempre dilucidar la relación entre el mensaje divino y sus mediaciones.

Asimismo, los contenidos de la Biblia son objeto de interpretación. El propio texto puede ofrecer diversos sentidos (ya la tradición cristiana había identificado al menos cuatro: literal, alegórico, moral y anagógico). A ello se añade el sentido que coloca el lector, influido por sus propios prejuicios, horizonte e historia efectual (términos empleados por Gadamer). De manera que un dogma de fe que puede resultar claro para una tradición religiosa, puede no serlo para la otra (es el caso del dogma del papado: para los católicos es claro que Mateo 16:19 establece el papado petrino, mientras que para los protestantes no hay ningún dogma aquí).

Además de ello, los contenidos de la revelación son susceptibles de ser creídos. A ello me refiero con su aprehensión. Este elemento, que apela a la subjetividad, admite algunas distinciones. Uno puede aceptar una doctrina porque se la inculcaron de pequeño (aquí el acto de creer es prácticamente espontáneo y casi inconsciente) o por miedo a ser excluido del grupo, pero también puede sentirse motivado a creer porque tal doctrina ofrece respuestas a necesidades emocionales o existenciales. En el primer caso, la aprehensión es prácticamente irracional (estamos ante un caso de auténtico dogmatismo), pero en el segundo, existe una “racionalidad” que si bien no se identifica con la inferencia lógica, conecta con esas demandas y necesidades subjetivas (en palabras de John Henry Newman, se trataría del asentimiento basado en el sentido ilativo).

Conforme a lo expuesto, podemos decir que un dogma cristiano, lejos de identificarse con la “letra de la Escritura” implica en realidad una particular lectura en el que la mediación de la palabra, la interpretación del texto y la aprehensión del creyente (o de la comunidad de creyentes) entran en juego. De ahí que los dogmas siempre deban ser formulados, incluso con términos que no aparecen en la Escritura (por ejemplo, el dogma de la Trinidad se vale del término “ousía” que proviene de la filosofía griega a fin de esclarecer las afirmaciones bíblicas). Es este proceso de interpretación y comprensión, que se da de manera previa a su formulación, lo que da cabida a la discrepancia y a puntos de vista distintos. Aunque se trata de fórmulas con pretensión de fijeza y perennidad, los dogmas implican, por consiguiente, interpretación, y ello es lo que habilita su posibilidad de revisión, cambio o ampliación. De igual manera, la aprehensión de los dogmas no implica necesariamente su reconocimiento instantáneo. Decir “creo” puede ser un asentimiento automático cuando se ha inculcado a alguien desde pequeño su religión es verdadera. Pero la fe que caracteriza a los creyentes supone algo más. Aunque la fe no se vale de la evidencia en el sentido científico del término, sí se vale de una experiencia subjetiva en la que los individuos satisfacen sus necesidades psicológicas, existenciales, morales, estéticas, entre otras. Así pues, considero que estas observaciones liberan a los dogmas cristianos de la acusación de un dogmatismo necesario.

2. El rol de la teología

Si el contenido de la Revelación nos ayuda a definir lo que es un dogma de fe, es preciso señalar que no todas las doctrinas cristianas son dogmas. Esto es así porque muchas de ellas no provienen directamente de la Biblia, sino que han sido desarrolladas por el razonamiento humano. En ese sentido, corresponde distinguir epistemológicamente entre Revelación y teología.

La distinción ha sido defendida por teólogos de todas las épocas. Origen, en su tratado De los principios, del siglo II, identifica una regla establecida por los apóstoles que establece creencias claras y fuera de discusión (Prefacio, §2), pero el cómo y el porqué de las mismas es algo que debe dejarse a la investigación de los más diligentes, amantes de la sabiduría y que se ejercitan y hacen fructificar su ingenio (Prefacio, §3). En el siglo XX, Karl Barth en su Dogmatics in Outline define el quehacer teológico (la dogmática) como un intento de comprender lo dispuesto en la Revelación, intento que depende del estado del conocimiento en cada momento y que aborda lo que la iglesia tiene que decir de manera crítica, ya que su predicación podría estar equivocada (Barth 1954: 4-7). La teóloga Sarah Coakley ha puesto de relieve el carácter contextual de las teologías sistemáticas a lo largo de la historia, al señalar que estas parten de visiones particulares y presupuestos diversos: Origen y Juan Damasceno, de la filosofía platónica; Peter Lombard and Thomas Aquinas, de la filosofía aristotélica-escolástica; Calvino, enfatizando la doctrina paulina de la justificación; Schleiermacher, valiéndose de presupuestos ilustrados; Barth revindicando la Escritura contra la teología liberal; Karl Rahner, ofreciendo una explicación existencialista para una sociedad secularizada y Hans Urs von Balthasar, partiendo de presupuestos kantianos y enfatizando la estética (Coakley 2020: 36-40).

Comprender que la teología tiene un rol complementario al de la revelación es importante porque ello nos premune de caer en la ilusión de sacralizar los razonamientos humanos. En tanto razonamientos, estos pueden reemplazarse por otros mejores, agotar su poder explicativo con el tiempo a la luz de los nuevos descubrimientos, o aplicarse a contextos en los que sus presupuestos y fines devienen obsoletos. Perder de vista esta distinción puede llevar a ciertos grupos cristianos al dogmatismo, precisamente por asumir que una determinada teología, lejos de cumplir un rol complementario al de la revelación, tiene el estatus de regula fidei.

Esto es precisamente lo que puede ocurrir con un tópico como la ordenación femenina. Se trata de un asunto en el que la revelación no es clara, pues el texto presenta internamente múltiples tensiones. Así, mientras la Biblia indica varios ejemplos de líderes mujeres, y predica la igualdad entre varones y mujeres en contraste con la cultura patriarcal de la época (Gal 3:28), al mismo tiempo contiene pasajes específicos que subordinan a la mujer condenándola al silencio y al sometimiento (1 Tim 2:12-15). Ante esta tensión, la teología entra en juego para buscar esclarecer las cosas. Así, muchos protestantismos admiten la ordenación de las mujeres al considerar que los pasajes que hablan de la subordinación femenina, al estar mediados por la cultura patriarcal de la época, detienen la impronta contracultural de la igualdad predicada originalmente por el evangelio. En contraste, el evangelicalismo niega la ordenación femenina al apoyarse en una concepción inerrante de la Escritura. De acuerdo a esta concepción, la Biblia es sagrada en su literalidad, por lo que la idea de las mediaciones culturales debe rechazarse. Con igual postura, aunque por distintas razones teológicas, el catolicismo niega que pueda haber mujeres pastoras, pero porque ello va contra el derecho natural: el orden de lo creado indica que hombres y mujeres tienen funciones distintas, de modo que este orden es el que ayuda a iluminar los pasajes bíblicos relativos a las mujeres.

Las tres posturas que acabo de mencionar son teologías porque se valen de paradigmas filosóficos y herramientas conceptuales que no están en la revelación (contextualismo, inerrancia y derecho natural, respectivamente). Precisamente por ello, están sometidos a discusión y a cambio. Sin embargo, afirmar que la Biblia afirma con claridad que la mujer puede o no puede ser pastora es un buen ejemplo de dogmatismo.

3. Teorías para comprender la religión

Además de la revelación y de los razonamientos teológicos, nuestra creencia en los dogmas se ve afectada por la manera en que comprendemos la religión. George Lindbeck ha formulado tres paradigmas en nuestra concepción de lo religioso: a) una teoría cognitivista, que concibe la religión como un sistema de creencias que funcionan “as propositions or truth claims about objective realities”; b) otra “experiencial-expresivista” en la que el centro de la religión no radica en sus doctrinas, sino en las experiencias y c) una teoría “cultural-linguistic” en la que la religión consiste en un marco referencial de símbolos culturales productor de experiencias y dogmas (Lindbeck 2009: 48-50).

Para Lindbeck, la posibilidad de reformulación doctrinal solo es posible dentro del tercer paradigma. Esto es así porque, bajo la perspectiva cultural, las doctrinas funcionan como símbolos no discursivos, pues son expresiones culturales (emanadas de una particular tradición, en este caso la judeocristiana) de los sentimientos, actitudes, orientaciones existenciales o prácticas subyacentes. Así, el cambio doctrinal es posible, pero como consecuencia de aplicar el sistema cultural-lingüístico a situaciones o contexto distintos de los que surgieron. Ello ocurre cuando “un esquema interpretativo religioso (encarnado, como siempre lo está, en la práctica y la creencia religiosas) desarrolla anomalías en su aplicación en nuevos contextos”. (2009 :74).

4. Conclusión: hacia una redefinición del dogma

En síntesis, la mediación cultural de la revelación, el estatus humano de los razonamientos teológicos y las diversas teorías sobre la religión nos ofrecen un marco epistemológico para la formulación y comprensión del dogma cristiano. Puesto que siempre se hace necesario interpretar la revelación, los creyentes y las iglesias tienen la posibilidad de comprender los sistemas de creencias que hay en la Biblia de maneras tanto dogmáticas como revisionistas. El dogmatismo no es, por tanto, una consecuencia directa de ser cristiano.

Resulta interesante advertir que en el idioma español existan dos acepciones para el término “dogma” (6). La primera lo define como una “Proposición tenida por cierta y como principio innegable”. La segunda acepción, más flexible, entiende por dogma el “Fundamento o puntos capitales de un sistema, ciencia o doctrina”. Esta segunda definición es la que calza mejor con las ideas expuestas en este ensayo.

Bibliografía

1. Celso. 2009. Discurso verdadero contra los cristianos. Madrid: Alianza Editorial.

2. Lindbeck, George. 2009. The Nature of Doctrine. Religion and Theology in a Postliberal Age. 2nd ed. Louisville, Kentucky: Westminster John Knox Press.

3. Orígenes. 2002. Tratado De Los Principios. Barcelona: Clie.Barth, Karl. 1954. Bosquejo De Dogmática. Buenos Aires: La Aurora.

4. Russell, ¿Por qué no soy cristiano? Editora y Distribuidora Hispano Americana, S.A. (EDHASA)

5. Sarah Coakley, “Recasting Systematic Theology: Gender, Desire, and Théologie Totale,” in God, Sexuality, and the Self: An Essay ‘On the Trinity’. Cambridge University Press.

Notas


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El Eremita

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