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Saber convivir: ¿cristianismo frágil?

Publicado: hace 6 horas

En un poco citado pasaje de los evangelios, los discípulos expresan su preocupación por causa de un hombre que mal utiliza el nombre de su maestro. Este hombre no era discípulo ni era cercano a Jesús ni a sus enseñanzas. Peor aún, se trataba de un exorcista ambulante, alguien que utilizaba el nombre “Jesús” como una fórmula mágica o chamánica para expulsar demonios. Esto era algo que solían hacer los taumaturgos de la época que creían que invocando el nombre de un personaje importante (como “Elías” o “Salomón”) podían contrarrestar las entidades espirituales malignas. Los discípulos, celosos preservadores de la doctrina y dispuestos a honrar la imagen de su maestro, impidieron que este hombre siguiese con sus prácticas mágicas. Jesús, sin embargo, mostró su desacuerdo con ellos. Les pidió que dejaran a ese hombre en paz porque lo que hacía era usar su nombre para hacer milagros (por supuesto, a su modo). “El que no es contra nosotros, por nosotros es”, replicó el Maestro.

No es casualidad que un pasaje como este aparezca dos veces en los evangelios (Mc 9:38-41 y Lc 9:49-50). Los discípulos encarnan una actitud equivocada hacia las personas fuera de su comunidad de fe: creen que la apropiación de creencias, símbolos, concepciones o elementos cristianos por parte de grupos externos a ellos es en sí mismo amenazante y ofensivo. El evangelio, usando las palabras de Jesús, corrige esta postura. “El que no es contra nosotros, por nosotros es” significa que los creyentes deben evitar mostrar hostilidad hacia aquellos que no piensan como ellos. El uso inadecuado de los elementos cristianos parece haber sido menos importante para los evangelistas que el mantener una actitud abierta, tolerante y fraterna hacia quienes valoran positivamente, aunque sea en algo, los elementos de la religión. Mientras los discípulos ponen el énfasis en el mal uso del nombre, Jesús, por el contrario, pone el énfasis en la intención del taumaturgo: el de hacer milagros a través de la magia. Los discípulos se escandalizan ante la imprecisión doctrinal, sólo pueden ver lo que los separa del exorcista. Jesús, en contraste, es capaz de ver el respeto que este hechicero tenía por su nombre, de modo que lo que le importa es lo que le une con él, no lo que le separa. Es como si el relato nos dijera que el cristianismo no debería dejar de perder su contacto con otros grupos, pues aún en lo poco que hay de común (en este caso, el nombre de Jesús) es posible tender lazos de fraternidad. Así, el cristianismo del primer siglo aplica una sana regla que le permite convivir con otros grupos en la sociedad plural del siglo I, cosa completamente aplicable a nuestros días.

Hace unas semanas, se desató una controversia respecto del uso de los símbolos religiosos en Lima. Un grupo de estudiantes de la Universidad Católica publicitó una obra teatral a través de un afiche que presenta a una Virgen Trans con el título “María Maricón”. Aunque el encargado de la obra ha señalado que ni el afiche ni la obra tienen la intención de burlarse del cristianismo, sino transmitir las experiencias de la comunidad LGTBI con relación a la religión, para muchos religiosos la publicidad resulta ofensiva. ¿Lo es?, ¿acaso la comunidad LGTBI no tiene una particular y distinta manera de experimentar y expresar la fe cristiana?, ¿censuraremos esa experiencia por no coincidir con la nuestra? ¿o, por el contrario, los creyentes deberíamos tratar a los organizadores de la obra como Jesús trató al exorcista ambulante?, ¿nos ofenderemos como los discípulos o diremos como Jesús: “no se lo prohíban” (Mc 9:39)?

Mucho me temo que los creyentes, en esta ocasión, hemos caído en el error de los discípulos: no estamos siendo capaces de empatizar con la forma con que la comunidad LGTBI se apropia de la religión y la expresa según sus propios valores. Por supuesto, podemos no estar de acuerdo, podemos no entenderlo, podemos incomodarnos, pero apoyar o alegrarnos por la cancelación de la obra no se condice con el espíritu fraterno y tolerante del Maestro. Una virgen trans no se distingue mucho de una virgen negra o andina, porque sigue la misma lógica identitaria. El término “maricón” no es ofensivo dentro de la comunidad LGTBI, sino que constituye una reapropiación con la que esa comunidad ha erradicado el contenido denigrante y violento del término. Ella no usa esa palabra para insultar, sino para hablarse con cariño y alegría entre sí. Así que el afiche no tiene ánimo ofensivo, solo lo es si lo interpretamos desde los valores del cristianismo tradicional. Pero eso no hizo Jesús con el exorcista ambulante, ¿verdad?

Esta es quizá la razón, por la cual el Cardenal de Lima (y nunca pensé estar de acuerdo con un Cardenal) ha dicho que “Debemos evitar la exageración de realizar movilizaciones; aquí nadie ha querido destruir la imagen de la Virgen”. Es probable que el cardenal sepa que la tolerancia no es solo una virtud política, sino también cristiana, y que los cristianos estamos llamados a promover la paz y no la guerra. Por eso, queridos hermanos y hermanas, no ofenderse por la obra María Maricón no es consecuencia de alguna “ideología progre”, sino la aplicación madura y profunda de quien dijo: “El que no es contra nosotros, por nosotros es”. Como ciudadanos creyentes en una sociedad plural y democrática, está en nuestras manos decidir si encarnaremos el cristianismo tolerante que enseñó el Maestro o un cristianismo frágil que se ofende por todo aquello que no concuerda con él.


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El Eremita

Blog sobre religión, para una reforma de lo religioso en contextos plurales y secularizados