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La expresión política del amor cristiano: el legado de Martin Luther King

Publicado: hace 4 horas

Introducción

Aunque el protagonismo de Martin Luther King Jr. (MLK) en la lucha contra la segregación racial nos resulte familiar, su pensamiento, convicciones, presupuestos y estrategias en favor de la justicia social no son del todo conocidos. ¿Qué fue lo que impulsó a un pastor de iglesia a involucrarse en el activismo político?, ¿cómo se relacionó con otras corrientes de pensamiento o movimientos?, ¿qué rol jugó su espiritualidad cristiana?, ¿cómo articuló fe y política?, ¿qué principios y estrategias utilizó para fomentar el cambio?, ¿qué controversias sostuvo con las iglesias de su época? En este artículo, al profundizar en estos aspectos, ofrezco una mirada amplia del legado de MLK y su relevancia para los activistas comprometidos con la justicia en la actualidad.

Una mirada panorámica de su legado

Entre 1955 y 1968, MLK lideró varias campañas contra la segregación racial, régimen que separaba a blancos y negros en todos los aspectos de la vida pública. Inauguró su lucha con el boicot a los autobuses de Montgomery (1955-56). Tras 381 días, la Corte Suprema anuló la segregación en el transporte público, constituyendo la primera victoria del movimiento. Tras el fracaso en Albany, Georgia (1961-1962), MLK dirigió las movilizaciones hacia Birmingham (1963), donde la represión fue difundida mediáticamente. Ese mismo año intervino en St. Augustine, Florida, donde su arresto y la represión aceleraron la emisión de la Ley de Derechos Civiles de 1964, que abolió la segregación. Luego vino Selma (1965), donde la brutal represión condujo a la Ley del Derecho al Voto ese año. En Chicago, expuso la discriminación habitacional y obtuvo un acuerdo de “vivienda abierta”, preludio de la Ley de Vivienda Justa de 1968. En 1967, lanzó la Campaña de los Pobres y alzó la voz contra la guerra de Vietnam. Su última batalla fue la huelga de los trabajadores en Memphis. Pronunció allí el sermón He estado en la cima de la montaña el 3 de abril de 1968, pero fue asesinado al día siguiente antes de poder encabezar la marcha.

Durante su vida (1929-1968), MLK publicó seis libros, entre otros escritos, todos ellos relacionados con su activismo político. En 1958, es publicada La marcha hacia la libertad: la historia de Montgomery (Stride Toward Freedom: The Montgomery Story), crónica del boicot de 1955-56 y una exposición inicial de la desobediencia civil. En 1959, dos de sus sermones favoritos son publicados en La medida de un hombre (The Measure of a Man). En 1963, vio la luz La fuerza de amar (Strength to Love), que reivindica el rol del amor cristiano en la lucha contra la segregación. En 1964, fue publicado ¿Por qué no podemos esperar? (Why We Can’t Wait), sobre su campaña en Birmingham. Después, en Hacia donde vamos: ¿caos o comunidad? (Where Do We Go from Here: Chaos or Community?), de 1967, reflexiona sobre los logros del movimiento y extiende su crítica hacia el militarismo y la pobreza. Finalmente, La trompeta de la conciencia (The Trumpet of Conscience), de 1968, reunió cinco conferencias contra la guerra de Vietnam y su defensa de la no-violencia.

Esta dialéctica entre pensamiento y acción, entre fe y activismo, se expresa en una serie de temas que considero relevantes hoy en día para quienes avocamos nuestros esfuerzos por la justicia social, los cuales paso a exponer a continuación.

Una mente crítica y abierta

En su ensayo Peregrinaje hacia la no violencia, MLK resume el recorrido intelectual que siguió para arribar a su propia filosofía del cambio social. Aquí, reconoce el aporte de diversos autores y sistemas de pensamiento: de Thoreau aprendió el fundamento de la desobediencia civil; de Rauschenbusch, las bases teológicas del Evangelio Social; de Marx, la denuncia al capitalismo, pero sin aceptar su materialismo; de Niebuhr, el realismo que lo prevendría de todo falso optimismo, incluyendo el de su propio movimiento; de Hegel, la noción de progreso surgido del conflicto; del personalismo de Brightman y DeWolf, la base metafísica de la dignidad de cada persona; en Nietzsche encontró un serio cuestionamento a la moral del amor y su capacidad de cambio, pero que lo estimularía a encontrar en Gandhi su validación y a reforzar la aplicación del evangelio a las relaciones sociales. Con esa síntesis forjó una ética en donde la desobediencia civil, la no violencia activa y el ágape cristiano se volvieron instrumentos para el cambio.

En un mundo fragmentado e ideológicamente polarizado, este sano eclecticismo, que reconoce los puntos de verdad en otros discursos y reconoce el aporte incluso de quienes desafían nuestras convicciones más profundas, es indispensable para forjar una cultura de paz y reconciliación.

La no violencia

En la Carta desde la cárcel de Birmingham, MLK define la no violencia como una estrategia de cuatro pasos: documentar la injusticia, intentar negociar, someterse a una auto-purificación que prepare para el sacrificio y crear una “tensión constructiva” hasta forzar el diálogo. En esta estrategia, la denominada “acción directa no violenta” se expresaba a través de diversos medios en el que las asociaciones civiles, pero sobre todo las iglesias afroamericanas, jugaron un rol protagónico. Estos medios fueron marchas, sentones en lugares prohibidos, boicots económicos, demandas legales, lobby político, arrestos intencionales para abarrotar las cárceles, discursos públicos y sermones religiosos. Su finalidad era profética: hacer visible mediáticamente el escándalo de la injusticia. Hacia el final de su vida, en Hacia donde vamos, MLK distinguiría la importancia de un segundo frente en la estrategia no violenta, que consistiría en la construcción activa de instituciones que saquen a los afroamericanos de la pobreza (bancos, sindicatos, organizaciones civiles) y en la elevación de sus estándares morales (acabando con el alcoholismo, la criminalidad, la indiferencia frente al voto, etc.). Así, desde la resistencia y la solidaridad, la no violencia apunta a su finalidad última: la reconciliación entre blancos negros en una “comunidad amada”.

Además de una estrategia, la no violencia fue para MLK un estilo de vida profundamente arraigado en una metafísica y ética religiosas. En Peregrinaje hacia la no violencia, MLK fundamenta la no violencia en seis puntos esenciales: a) su inherente pacifismo no debía interpretarse como cobardía, sino como acción que busca el cuestionamiento; b) su objetivo no es humillar al adversario, sino despertarle vergüenza moral para ganar su amistad; c) su blanco de lucha son las estructuras del mal, no las personas atrapadas en ellas; d) aceptar el sufrimiento sin devolver el golpe conlleva un poder redentor y pedagógico; e) se precisa de amar al enemigo a fin de cortar la cadena del rencor; f) implica una fe radical en un Dios que se inclina hacia la justicia. En la medida que esta ética impedía la escalada del odio, neutralizaba los prejuicios hacia los afroamericanos y confería un sentido de valía y dignidad a sus portadores, MLK tenía el convencimiento de que esta era la única y más efectiva arma para la transformación social. Sin embargo, MLK no limitó la resistencia no violenta a la segregación racial. Hacia el final de su vida, en discursos como Más allá de Vietnam (1967) y La otra América (1968), puso énfasis en la interconexión entre el racismo (que otorgó privilegios a los blancos), la pobreza (consecuencia de dichos privilegios injustos) y el imperialismo americano (que destinaba el presupuesto nacional a la guerra y no a las reformas sociales), para extender su causa hacia el prójimo oprimido en general.

El rol de la teología y la espiritualidad cristiana

MLK transformó los preceptos evangélicos en un programa político-espiritual construido sobre presupuestos teológicos sobre la naturaleza de Dios, lo humano y el amor. Ya en su tesis doctoral (A Comparison of the Conceptions of God in the Thinking of Paul Tillich and Henry Nelson Wieman -1955-), defendía un Dios de carácter personal. En su sermón Our God is able, muestra que esta concepción provee al activista de recursos interiores para sobrellevar su aflicción (por ejemplo, a través de la oración); le ofrece un sentido de seguridad y confianza de que su causa prevalecerá, y el hecho de que exista un patrón histórico hacia la libertad y el progreso en materia de derechos es una garantía de que Dios actúa en su favor. Con relación a la humanidad, en The Measure of a Man, MLK rechaza tanto la concepción materialista como la divinización del ser humano. Adopta una postura cristiana por considerarla más realista: la persona está afectada por el pecado, mientras conserva la imagen de Dios. De ahí que el segregacionista —como el hijo pródigo— pueda ser capaz de arrepentirse. Por otra parte, en La fuerza de amar, MLK expondrá su concepción cristiana del amor, siendo quizá una de las cosas más difíciles de entender su propuesta de amor a los enemigos. Para MLK este tipo de amor se justifica en reconocer el potencial de bondad de cada ser humano, en su efectividad para romper el círculo de la violencia, en su importancia para preservar al oprimido de la amargura, y en precisar que el amor al opresor no implica sentimientos (eros) ni amistad (philia), sino incondicionalidad. Así, el ágape (amor) cristiano no implica una relación personal con el opresor, sino un poder interior que anhela el potencial de bondad que hay en cada persona. Desde su perspectiva, el amor era una imperiosa necesidad para reconciliar la sociedad por la sencilla razón de que ninguna otra alternativa, fuerza o experiencia humana podía igualar sus ventajas.

La controversia con las iglesias

En su Carta desde la cárcel de Birmingham, MLK responde los cuestionamientos de pastores blancos que lo acusaban de agitador extranjero, extremista, impaciente y por alterar el orden de la comunidad. Su respuesta constituye una refutación sumamente actual a las posturas apolíticas y espiritualistas de muchas iglesias de hoy. Frente a la acusación de ser un “agitador extranjero”, entrometido en problemas ajenos, responde que “la injusticia en cualquier parte es una amenaza a la justicia en todas partes”. Ante el cargo de “extremista”, se confiesa un extremista del amor que debe atender al prójimo en necesidad. Frente a la imputación de “impaciente”, además de responsabilizar a las autoridades blancas de no querer negociar, denuncia que la paciencia puede ser un pecado ante el sufrimiento del prójimo con una dosis de alto realismo: “Sabemos por una dolorosa experiencia que la libertad nunca la concede voluntariamente el opresor.” Contra las acusaciones de no respetar el orden, señala que la resistencia no violenta no crea el desorden, sino que hace visible lo injusto. De esta forma, MLK nos permite discernir que, en el fondo, las reconvenciones del clero blanco, de la iglesia apolítica, son una peligrosa expresión de una iglesia que bajo la etiqueta de la moderación y de la paz corre el riesgo de convertirse en una aliada de la injusticia.

La relación entre fe y política

MLK se alejó de dos actuales actitudes cristianas hacia la política: por un lado, la indiferencia y, por el otro, la lucha por hacer prevalecer valores cristianos en la esfera pública. A diferencia de proyectos políticos como el reconstruccionismo, el nacionalismo cristiano o el conservadurismo religioso, su activismo no planteaba una “guerra cultural” ni pretendía defender la fe de los no cristianos, sino respaldar valores cívicos comunes y mínimos para todos y un poder compartido entre creyentes y no creyentes.

Para King, la democracia no era sólo un sistema político útil, sino la forma concreta de encarnar la hermandad de todos los hombres, tal como proclama en su famoso discurso I Have a Dream, donde invoca la Constitución como promesa compartida y exige que la nación “se alce y viva a la altura de su credo”. Su respaldo al consenso plural se refuerza en su ensayo Todas las grandes religiones del mundo, donde declara que Dios “se revela en todas las grandes religiones”, que ninguna fe debe pretender el monopolio del poder civil y todas deben converger en una “ética del amor” para la paz común. Finalmente, en su sermón Cómo debe un cristiano ver al comunismo, distingue entre repudiar el autoritarismo ateo del comunismo y, al mismo tiempo, condenar el materialismo egoísta del capitalismo. Aunque MLK creía en la democracia y consideraba al comunismo incompatible con el cristianismo, advertía a sus compañeros de lucha: “Incluso te pueden llamar comunista por el mero hecho de creer en la fraternidad del hombre.”

Cristianismo y protesta social

Uno de los aspectos de mayor relevancia para el contexto latinoamericano actual es la postura de MLK respecto de la protesta social. Aunque las movilizaciones sociales lideradas por MLK eran pacíficas, tuvo que afrontar las críticas por aquellas protestas que se tornaron violentas. En su ensayo El rol de los científicos sociales en el movimiento de derechos civiles, se manifiesta en contra de la violencia en las marchas. Sin embargo, también advierte que condenar los disturbios sin reconocer el mal estructural que los crea—pobreza, guetos, violaciones sistemáticas de la ley por parte de la propia sociedad blanca—es invertir responsables: «Si se calculara el total de violaciones de la ley cometidas por el hombre blanco en los barrios marginales a lo largo de los años y se compararan con las violaciones de la ley de unos pocos días de disturbios, el criminal empedernido sería el hombre blanco».

Conclusiones

El presente nos sobrecoge con el aumento de la desigualdad, las guerras y el desplazamiento humano. Experimentamos, asimismo, una ola de autoritarismos que vienen revirtiendo la democracia, renuente al reconocimiento de derechos de minorías y grupos vulnerables, además de la persistencia de la pobreza en el Sur Global y un aumento del crimen organizado en Suramérica. En este contexto, para aquellos que tienen “hambre y sed de justicia” (Mateo 5:6), y están dispuestos a incorporar en su proyecto personal de vida la búsqueda colectiva de la justicia, la figura de Martin Luther King aparece como un referente importante y necesario. Perseverar en su legado significa, entre otras cosas, un estilo de vida que cultiva el pensamiento crítico, persevera en la resistencia no violenta, practica la espiritualidad del amor, cuestiona la pasividad de la iglesia, se toma en serio la democracia y no pierde de vista los males estructurales por los cuales es necesario seguir marchando. Es un activismo que no es apolítico, nacionalista, teocrático ni conservador, sino profético, pues expresa el amor a los más vulnerables en el ámbito público.


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El Eremita

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